En el debate
con Nove en la New Left Review/26, Mandel comenzó su demostración
presentando como “el objetivo de la política marxista –el
socialismo sin producción mercantil”. ¿CÓmo
deberían medirse entonces la producción y los costes- el
trabajo “socialmente necesario”-?. La respuesta implícita
de Mandel es que esto puede hacerse “directamente”. Lo cual
significaría la organización directa de la producción y de la
distribución en términos de valores de uso o de trabajo
concreto –es decir sin moneda ni precios.
¿Es
interesante señalar cual era la idea de Trotsky sobre tal
tentativa de planificación directa y global del conjunto de la
producción y de la distribución?. En “La economía soviética
en peligro”, escribió que no existe “experto universal”
capaz de “concebir un plan económico exhaustivo sin huecos,
comenzando por el número de acres de trigo y llegando hasta el
último botón para chaquetas” /27. Esto no es un juicio a
corto plazo, ligado a la penuria relativa o al subdesarrollo de
las fuerzas productivas; no se trata tampoco únicamente de su
crítica de la tentativa estalinista de planificar todo en
detalle, basada en el análisis de los comportamientos burocráticos.
Su juicio se apoya en la imposibilidad de tal proyecto y en la
necesidad para una economía planificada de reaccionar a la
expresión de la demanda en el mercado.
Se
puede incluso suponer que la complejidad aumentaría aún más
con el desarrollo. La socialización de la economía no elimina
tampoco la necesidad de una medida económica en términos de
precios /28. De hecho, el argumento de Trotsky es reforzado por
los más recientes avances de la ciencia- principalmente la teoría
del caos que demuestra que incluso si se conocieran las leyes
del desarrollo planificado, el resultado puede seguir siendo
empredecible.
Trotsky
subrayó también hasta qué punto la burocracia, concentrando
el poder de decisión, “impidió ella misma la intervención
de millones de interesados” . Esto plantea otro aspecto del
problema: la posibilidad de opciones alternativas. Opuso a la
erradicacion estalinista del mercado la concepción de un
“plan controlado y realizado, en una parte considerable, por
el mercado”. Una “unidad monetaria sólida” era para él
indispensable para evitar el caos. En las condiciones concretas
de la transición en la Unión Soviética, Trotsky consideraba
que “solo a través de la interacción de estos tres
elementos- la planificación estatal, el mercado y la democracia
soviética –era posible dar una orientación correcta a la
economía del período de transición”/29.
Mandel
adopta un planteamiento bastante diferente en su debate con
Nove. El ejemplo siguiente muestra hasta qué punto concibe la
democracia directa como un sustituto del mercado en el economía
socializada, y como un mecanismo general que permite resolver la
menor cuestión –hasta el color y el número de pares de
zapatos que pueden asignarse a cada persona.
“En
las fábricas que producen bienes de consumo, la determinación
de los productos se haría en función de consultas anteriores
entre los consejos obreros, y conferencias de consumidores
democráticamente elegidas por la masa de los ciudadanos.
Diferentes modelos –por ejemplo, diferentes formas de calzado-
les serían presentados, que serían probados por los
consumidores, criticados y reemplazados por otros. Salas de
presentación, prospectos de publicidad serían los principales
instrumentos de este tipo de test. Este último podría jugar el
papel de un “referéndum” –un consumidor, con derecho a
recibir seis pares de zapatos por año, elegiría seis modelos
sobre el prospecto entre cien o doscientas opciones” /30.
Este
tipo de procedimiento se supone que determina las relaciones de
producción y de la distribución entre las fábricas, de un
lado y del otro entre fábricas y consumidores en el sector
socializado: “el intercambio de mercancías en moneda estaría
esencialmente limitado a las relaciones entre los sectores
privados y cooperativos de un lado y del otro entre los
consumidores individuales y el sector socializado” /31.
Incluso
si se aceptan los argumentos de Mandel sobre el despilfarro
considerable que reina en las actuales tiendas capitalistas,
sobre el hecho también de que nadie debe decidir de todo y que
hay un número sustancial de productos para los que las
cantidades y las normas de calidad pueden ser planificados por
adelantado, tendríamos que una amplia proporción de nuestro
tiempo cotidiano se desarrollaría en reuniones en lugar de
hacer compras, consultar un catálogo o un ordenador.
El argumento
no es convincente:
- Lo
peor es que debilita la defensa fundamental y convincente
que Mandel hace sobre la necesidad de democracia directa.
Demasiado numerosas reuniones y votaciones sobre detalles
mataría la participación en las decisiones colectivas
realmente necesarias sobre las opciones clave.
- El
recurso al dinero y a relaciones de compra/venta puede ser
puesto al servicio de la eficacia del plan. Puede ser una
herramienta utilizada para su elaboración, su realización,
un medio de verificar si satisface bien las necesidades de
los consumidores o de las empresas socializadas con
necesidad de bienes semiacabados para su propia producción.
Esto dejaría abierta la posibilidad de elegir otro
proveedor si no se está satisfecho.
- Es
cierto por el contrario (como se ve ha en las fábricas
capitalistas existentes) que existe una enorme posibilidad
de utilizar nuevas tecnologías y ordenadores para adaptar
la producción a los pedidos directos, reduciendo así los
estocks. Numerosas opciones podrían así ser tomadas a
domicilio (como ocurre a menudo a través de catálogos que
pueden ser informatizados con esbozos individuales). Es
igualmente posible ya pagar por ordenador, pero sigue siendo
un pago.
- Es
igualmente cierto que los ordenadores pueden también
aumentar enormemente las posibilidades de tomas de
decisiones descentralizadas compatibles con una medida
central de los recursos y de las necesidades. Pero eso no señala
siempre cómo medir la producción (¿en tiempo de trabajo
directo?)
El
punto de vista de Mandel está claramente ligado a su rechazo
radical de la alienación a través de las relaciones
mercantiles en el mercado capitalista. Pero, ¿significa la crítica
del mercado capitalista y de la alienación rechazar el dinero y
los precios, o más bien rechazar las relaciones sociales que se
camuflan tras ellos?. ¿Se trata de relaciones sociales
opresoras ligadas a la existencia de un mercado o más bien a su
dictadura articulada en un mercado de trabajo y un mercado de
capital –es decir criterios específicos de clase que
determinan la medida de los costes y de las necesidades?
Diane
Elson, criticando la definición del socialismo de Mandel “en
términos de ausencia de producción mercantil”, subraya que :
“la mercancía en los escritos de Marx no es fundamentalmente
un bien que es comprado y vendido por dinero... La estructura de
los textos de Marx en su conjunto sugiere algo menos banal. El
estatuto problemático de las mercancías deriva no del simple
hecho de venderlas y comprarlas sino de hacerlo bajo condiciones
que les permiten adquirir una vida independiente. Es esa
independencia de las mercancías lo que permite a la relación
social entre los hombres tomar la forma fantástica de relación
entre cosas: “las personas existen unas para las otras
sencillamente como representantes –y consiguientemente como
propietarias- de mercancías”” /32.
He
aquí pues lo que está en juego: “esta interpretación deja
abierta la posibilidad de crear una sociedad en la que los
bienes serían cambiados por dinero pero en la que no tendrían
una vida independiente, en la que nadie existiría para el otro
simplemente como representante de mercancías”. Elson analiza
esta posibilidad, “que requiere no la abolición sino la
socialización de la compra y de la venta”, en su muy
estimulante texto /33.
Discutiendo
sobre el mismo tema en Plan, Mercado y Democracia, he citado
aBettelheim, que subrayaba muy justamente en Calculo Económico
y Formas de Propiedad que las sociedades de transición no habían
desarrollado aún “los conceptos adecuados para medir el
trabajo social, que no se resume en la dimensión del trabajo físico”
/34. Decía
que “el equivalente socialista del “trabajo socialmente
necesario” ligado al “efecto socialmente útil” no ha sido
encontrado”. Los
precios en una sociedad de transición recubrirán a la vez la
forma en que son medidos las necesidades y los costes y las
relaciones sociales –de una forma diferente pero análoga a lo
que recubre la ley del valor. En el mundo capitalista, el
“trabajo abstracto” predomina pues es la sustancia del valor
quien toma la forma del dinero y porque no hay capitalismo si el
dinero no puede hacer más dinero. Así, “el trabajo
concreto” y los valores de uso son categorías subordinadas.
Lo opuesto debería ser la regla en las sociedades de transición;
pero el espacio y el tiempo para un juicio racional debería
también ser ampliado, haciendo posible una planificación
adecuada y el control social.
Sugería
en ese texto, la siguiente línea directriz para una elaboración
necesaria sobre estas cuestiones: “Igual que (…) la mercancía
incorporaba un triple juicio sobre los costes, las necesidades y
las relaciones sociales, es preciso un control social en estos
tres terrenos –debiendo ser subordinadas las técnicas de
registro monetarias de las necesidades y de los costes a las
opciones sociales globales” (Ibid.)
No puede
haber socialismo sin:
- El
rechazo de la dominación del mercado capitalista
–principalmente el rechazo del absurdo de los mercados
financieros “que reaccionan negativamente” cuando baja
el paro.
- Rechazar
considerar a la fuerza de trabajo como una “cosa”, una
mercancía cuyo coste debería ser comparado a otros costes
(los de las máquinas): el derecho a tener un empleo debe
ser un punto de partida no el resultado incierto de la forma
en que se regula la economía.
- El
objetivo radical de control humano (por los hombres y las
mujeres, los trabajadores y los consumidores, los padres y
los hijos, los individuos y las comunidades de todo tipo)
sobre la vida cotidiana y el futuro: esto significa una
completa reorganización de la vida, una transformación del
tiempo de trabajo “necesario”, de la educación, del
tiempo libre, de las tareas domésticas, de las condiciones
materiales y culturales de vida, de las relaciones humanas
en todos los aspectos de la vida cotidiana, y en nuestra
relación con el medio ambiente;
- Opciones
alternativas –en el ritmo de trabajo y su organización,
en las necesidades prioritarias a satisfacer para todos, en
el sistema de incentivos, en las tecnologías, en las formas
de solidaridad;
- Solidaridad
con los más débiles y rechazo de la lucha de todos contra
todos.
Si
el marxismo significa algo, es sobre todo una crítica radical:
- de
la ley del valor en el sistema capitalista presentándose
como una “ley objetiva”, con precios que disimulan las
relaciones sociales y opciones basadas en criterios de clase
para medir los costes y las necesidades –lo que implica no
tener en cuenta más que las necesidades y los costes que
pueden ser expresados en precios, y
- de
toda forma de opción “normativa” impuesta sobre los
seres humanos en nombra de una pseudo racionalidad económica
universal (o de clase), sea impuesta por un mercado o por un
plan.
Esto
significa que la “ley del valor” no puede ser el regulador
de una sociedad socialista. Esto implica también una radical crítica
de todo “modelo”, llamado “socialista” o no, que oculte
relaciones sociales tras los precios y relaciones mercantiles,
de todo modelo estatal que buscaría “definir” un optimun vía
el cálculo.
Esto
significa en fin, que el regulador de la economía no puede ser
una “herramienta” , sea el mercado o el plan como tal. El cálculo
y las indicaciones del mercado debe ser subordinados al juicio
humano, pues es el único “regulador” que corresponde
racionalmente a los objetivos socialistas. Pero ¿quién decide
en última instancia, y cómo?. Seres humanos, trabajadores y
consumidores, hombres y mujeres, individuos y comunidades… La
democracia socialista es bastante más compleja de lo previsto.
La autogestión requiere expertos y contraexpertos que manejen cálculos,
así como indicadores del mercado. Necesita también debates políticos
vía los partidos , con las organizaciones de masas defendiendo
intereses específicos a fin de no dejar la última palabra a
los expertos. Todo esto es necesario a fin de ampliar el
horizonte de las opciones finales.
Debe
pues haber la mayor transparencia (criterios explícitos) sobre
lo que es considerado como un coste o como un derecho para los
seres humanos:
- el
pleno empleo es un coste para una sociedad capitalista –un
derecho y una fuente de eficacia superior para una sociedad
socialista;
- la
democracia económica, la educación y la seguridad en el
empleo son costes que deben ser minimizados por la burguesía
–son derechos y una fuente de productividad en una lógica
socialista;
- la
igualdad debe cubrir y mantener reales desigualdades de
clase y de propiedad en un sistema legal burgués –es un
derecho que exige esfuerzo y extensión para ser auténticamente
respetado en una sociedad socialista.
Debe
haber también una expresión de las necesidades no limitadas a
las medidas en dinero o en precios –incluso si se sabe hoy
como “integrar” numerosos “efectos externos” en los
precios (por ejemplo en el terreno de las políticas de medio
ambiente).
El
argumento de Mandel no era muy convincente cuando tiende a
presentar la democracia obrera como simple y capaz de resolver
todos los problemas sin herramientas e instituciones, incluso un
“mercado socializado”. Pero en sustancia, lo que Mandel
deseaba apoyar es que la decisión, “en último análisis”
debe recaer en el juicio directo de los trabajadores (nosotros
diremos de los seres humanos en tanto que trabajadores y
consumidores) – y ahí él era convincente. Evolución del
debate En 1986, Mandel explicó en su debate con Nove que :
“el objeto real del debate en curso no es el corto plazo, no
es saber hasta qué punto el intercambio de mercancías es
necesario en el período que sigue inmediatamente a una revolución
anticapitalista; es saber si el objetivo a largo plazo del
socialismo mismo –en tanto que sociedad sin clases- vale la
pena de ser realizado” /35. Hemos visto antes que identificaba
este objetivo a largo plazo como un proceso conjunto de extinción
de las clases y de las mercancías (no existiendo estas en su
modelo más que en el intercambio con el sector privado o
cooperativo). Sin embargo, en un artículo redactado en
noviembre de 1990 y publicado en Critique Communiste bajo el título
“Plan ou marché, la troisième voie”, (Plan o mercado, la
tercera vía), Mandel modificó completamente el eje del debate
y propuso una diferente presentación de su posición. “El
debate no es saber si si o no durante el largo período de
transición entre el capitalismo y el socialismo se pueden
seguir utilizando los mecanismos de mercado … El debate
concierne a la siguiente cuestión: las decisiones fundamentales
a propósito de la distribución de recursos raros deben ser
tomados por el mercado o no?” /36.
Aquí,
es el período de transición -al que se le supone durar mucho
tiempo- el horizonte real del debate. Para las sociedades de
transición, Mandel fue siempre favorable a la utilización de
un cierto mercado. Explicaba que la existencia y el empleo de
categorías mercantiles no prueban que el mercado y las
relaciones capitalistas predominen. Esta problemática, la más
sofisticada de Mandel, es también la que desarrolla Diane
Elson. La cuestión es entonces la siguiente: ¿cuál será la
evolución de la utilización de la moneda, según sus
diferentes funciones?.
Según
la nueva formulación de Mandel la cuestión se expresa así: ¿el
mercado debe determinar las principales opciones?. La respuesta
es evidentemente “no”: las prioridades deben ser
“decididas democráticamente por los
trabajadores/consumidores/ciudadanos –hombres y mujeres- ,
sobre la base de opciones alternativas coherentes /37. Pero
el debate no es ya el mismo. Mandel
definió entonces de forma bastante más convincente un
planteamiento diferenciado: “no hay ninguna razón para
limitar la libre opción de los consumidores. Todo
esto debería ser ampliado y no limitado… No
hay tampoco ninguna razón para suponer que en el período de
transición del capitalismo al socialismo el recurso al dinero
(que necesita una divisa estable) y a los mecanismos de mercado,
esencialmente con el objetivo de aumentar la satisfacción de
los consumidores, debería ser relegado o siquiera reducido. La
única condición es que esto no debería generar una
determinación por el mercado de las decisiones sociales y económicas…”
/38.
“La
utilización de la moneda como unidad de cuenta debe
distinguirse de su función de instrumento de cambio, y aún más
de su empleo como medio de acumular riquezas y de determinar las
opciones de inversión.
El
primer empleo durará y será generalizado en la planificación
socialista. El segundo ha comenzado ya a declinar bajo el
capitalismo y continuará declinando durante el período de
transición, con excepciones para ciertos bienes y servicios.
Habrá probablemente un aumento de “bienes y servicios
libres”. El tercer uso del dinero deberá ser estrictamente
limitado y progresivamente eliminado”/39.
Evidentemente
son necesarias discusiones más amplias sobre este asunto,
especialmente a propósito de las formas de planificación, no
solo en el sector de los bienes de consumo, sino también para
las fábricas que fabrican los medios de producción. Mandel fue
siempre extremadamente hostil a la “autonomía” de las
unidades de producción y a toda noción de autofinanciamiento.
En este sector también, diversas concepciones de un
“socialismo de mercado” pueden tener lógicas muy
diferentes: hay los “modelos” que proponen una competencia
entre unidades independientes (con grados más o menos grandes
de autogestión obrera) y de los bancos sobre la base de
criterios de rentabilidad; pero otros, como Diane Elson,
conciben un “mercado socializado” y la planificación sin
mercado de capital: la lógica es promocionar una asociación
sistemática y no una “competencia depredadora”.
Yugoslavia
ha experimentado diferentes combinaciones de plan, mercado y
autogestión (en los límites políticos del sistema). Es
interesante estudiar tanto los conflictos entre la autogestión
y la forma burocrática o tecnocrática del plan ( en el período
inicial) como los habidos entre la autogestión y la lógica del
mercado (más tarde). He
examinado así esas contradicciones /40 pues comparto con Nove
la convicción de que podemos aprender más de los análisis
concretos de los países seudo “socialistas” que del propio
Marx (si buscamos en su obra un modelo concreto). Pero tenemos
necesidad de criterios para juzgar una experiencia. Los muy
interesantes balances realizados por Nove a propósito de la Unión
Soviética y del sistema reformado en Yugoslavia están basados
en su rechazo de todo criterio marxista: la autoorganización y
la desalienación de los trabajadores no juegan ya ningún papel
en su modelo. Yo misma he intentado hacer un balance y sacar
lecciones de los “modelos” de acumulación yugoslavos
(cuatro modelos diferentes en cuatro decenios). Pero
lo he hecho con otros “anteojos” que Nove. He
intentado comprender la racionalidad de la autogestión obrera,
hacer su balance sobre la base del criterio de la emancipación
de los trabajadores y de los ciudadanos, utilizando los hilos
conductores de Marx. Esto me ha conducido más hacia las
opciones de D. Elson (y las convicciones de Mandel) que hacia el
modelo de Nove.
Utilizar el
mercado no significa abandonar el planteamiento marxista de lo
que se oculta tras el mercado; ni tener una concepción ingenua
del mercado como útil neutro. Tal
comprensión ingenua conduce a aceptar su implacable dominio.
Esto es aún más cierto en el contexto de un entorno
capitalista y de una sociedad en transición en la que la
propiedad capitalista privada existe aún. A través del mercado
y de los precios, diferentes criterios de eficacia están en
competición. Eso es lo que está en juego tras los precios del
mercado mundial determinados por la ley del valor en el actual
“capitalismo globalizado”. Está probado que las relaciones
sociales más regresivas son fácilmente las “más
competitivas”: ejercerán su presión sobre toda sociedad que
intente comenzar una transformación socialista. Ahí también,
la transparencia es necesaria para evaluar el grado óptimo y
las formas de “proteccionismo progresista”, que permitan
gestionar las relaciones necesarias pero conflictivas con el
capitalismo, mientras éste exista.
Recordemos
la conclusión de Mandel. Al final del artículo redactado en
1990 (y mencionado anteriormente), se desembaraza de una cierta
forma de leer a Marx (que encuentra allí “modelos”). “En
realidad, la forma más eficaz y más humana de construir una
sociedad sin clases sigue siendo la experimentación. Se trata
de encontrar mejoras mediante aproximaciones sucesivas. No
existe ningún “buen libro de recetas” a realizar –ni
sobre la “planificación completa” ni sobre el “socialismo
de mercado” /41. Explica entonces que debemos emplear tres
elementos mencionados por Trotsky (el plan, el mercado y la
democracia), pero también añadir un cuarto: la reducción
radical del tiempo de trabajo –una medida esencial para que
los trabajadores tengan algo tan elemental como tiempo para
poder ejercer la democracia directa. Recordemos los subrayados
de Mandel, citados en la introducción, sobre los límites del
planteamiento marxista de la transición al socialismo. El texto
mencionado puede leerse como una especie de testamento –y una
rectificación. En el texto de la introducción -y hasta este último-
Mandel parecía seguro de lo que el socialismo no era (una
sociedad que utilizaba mercancías). Pero concluye más bien en
un debate abierto –incluso si no reconocía explícitamente
una inflexión de su pensamiento. Por supuesto, esta no es quizá
la mejor forma de debatir. En cualquier caso es mejor que no
estar abierto al debate...
Es
también bastante mejor que carecer de continuidad en los
asuntos de principios: la necesidad y la posibilidad de una
lucha por la emancipación basada en la autoorganización, la
desalienación, y la responsabilidad del ser humano en todos los
terrenos de su vida a escala mundial. Ahí se enraizaban las
convicciones y el célebre optimismo de Ernest Mandel,
asegurando la continuidad ejemplar de su compromiso militante.
Notas:
26/ E.
Mandel, “In defense of socialist Planning” NLR 159,
Septiembre/Octubre 1986; Alec Nove, “Markets and Socialism”,
NLR 161, Enero Febrero de 1987; Mandel “The Myth of Market
Socialism”, NLR 169, Mayo Junio 1988. Hay traducción al español en la revista Inprecor.
27/.
L. Trotsky, “The Soviet Economy´ in Danger” (22 octubre
1932), en Writtings of Leon Trotsky (1932), New York 1972, p.
274.
28/
En “Problemas teóricos y prácticos de la planificación”,
Paris 1949 igual que en “Cálculo económico y formas de
propiedad”, Charles Bettelheim ha planteado cuestiones
importantes a propósito de la necesidad del cálculo económico,
que no podría suprimir los precios en la planificación
socialista. Esto necesita una discusión específica de sus análisis
marxistas.
29/.
Trotsky, “The soviet economy in Danger”, pp. 274-275.
30/.
Mandel, “In defense of Socialist Planning”, p. 28.
31/.
Ibid. p. 32.
32/.
Diane Elson, “Market Socialism or Socialization of the
Market?, NLR 172, Noviembre/diciembre 1988, p. 4
33/.
Ibid.
34/.
Bettelheim, (“Calcul économique…) citado por Samary,
(“Plan, marché, démocratie, ...), p.56
35/.
Mandel, “In Defense of Socialist Planning”, p. 9 (subrayado
por el autor).
36/
Mandel, “Plan ou marché, la troisième voie”, p.15,
(subrayado por el autor). Varios debates fueron publicados
tambie´n en Critique Communiste a propósito del modelo
propuesto por Tony Andreani, “Pour un socialisme associatif”
en el nº 116-117, febrero marzo 1992. Ver
también J. Vanek, The Labor-Managed Economy: Essay, Cornell
1977.
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