¿Está viva la obra de Mandel
en este primer curso del siglo XXI, tan diferente del futuro
que orientó sus luchas y sus sueños? ¿Qué pueden encontrar
en ella quienes, coincidiendo o no con la corriente política
en la que Mandel militó, buscan ahora respuestas a los desafíos
de la emancipación humana, de la revolución socialista, que
constituyeron la energía y el horizonte de su vida y su obra?
Cuando se cumplen diez años
de la muerte de Ernest Mandel, el homenaje, por justificado
que sea, debe ceder el lugar al debate y leer a Mandel es la
condición para un debate serio sobre sus ideas. La reedición
en este libro de dos de sus últimos textos [este escrito
es el prólogo al libro Ernest Mandel. El lugar del
marxismo en la historia y otros textos, de inmediata
publicación en Los libros de la Catarata] es una buena
noticia para quienes creemos que, efectivamente, Ernest Mandel
es un pensador revolucionario vivo. Estas notas quieren ser
una invitación a su lectura.
No existe afortunadamente un “mandelismo” canónico, mérito
que hay que atribuir en primer lugar al propio Mandel, que
detestaba el patético caudillismo de tantas organizaciones de
izquierda. Hay pues motivaciones y razones muy distintas entre
quienes pensamos que Mandel sigue siendo una imprescindible
referencia intelectual y militante.
Yo lo veo como un enlace
entre dos siglos, la persona que pasó el testigo en el más
difícil relevo de la trayectoria de una de las corrientes
revolucionarias de nuestra época, a la que Daniel Bensaid,
que formó parte del “equipo” de Ernest Mandel, ha
llamado, con pudor autobiográfico, “un cierto
trotskismo”: “El hundimiento del `socialismo realmente
existente´ ha liberado a la nueva generación de los
antimodelos que envenenaban el imaginario y comprometían la
propia idea del comunismo. Pero la alternativa a la barbarie
del Capital no se diseñará sin un balance profundo del siglo
terrible que ha terminado. Al menos en este sentido, un cierto
trotskismo, o un cierto espíritu de los trotskismos no está
superado. Su herencia, sin normas de uso, es sin duda
insuficiente, pero no menos necesaria para deshacer la
amalgama entre estalinismo y comunismo, liberar a los vivos
del peso de los muertos y pasar la página de las desilusiones”
/1. Para este camino, “al menos”, Mandel es una
buena compañía.
Mandel fue un hombre muy
valeroso, en la acción, como muestra su biografía en la
entrevista con Tariq Alí incluida en este libro, pero también
en el pensamiento. Arriesgaba mucho, hasta la temeridad en los
análisis, en los pronósticos y hasta en la elección de sus
temas de trabajo: así pudo escribir una “teoría marxista
de la burocracia” -su penúltimo libro, El poder y el
dinero /2- en medio de la crisis terminal de la
antigua URSS, y sin esperar siquiera a la conclusión del régimen
del Gorbachov.
Era, por encima de todo, un militante. Pensaba, hablaba,
escribía ... para intervenir sobre la realidad, para ayudar a
sus camaradas a comprenderla y a actuar sobre ella. Por eso
trabajaba en caliente, un paso, y a veces más de uno, por
delante del presente, en un territorio peligroso.
Éste es el riesgo de la misión
del enlace, sometido a las tensiones de las dos épocas que
definen su trayectoria, entre la necesidad de transmitir una
herencia y la necesidad de mantenerla viva en relación con la
nueva etapa, cuyos perfiles apenas ve esbozados.
“De omnibus dubitandum”, “dudar de todo”: a
Mandel le gustaba recordar este lema de Marx. Y lo aplicó más
sistemáticamente de lo habitual en un dirigente político.
Mandel no fue un doctrinario.
Pero fue un hombre de “respuestas”. Consideraba que una
organización política revolucionaria, especialmente en una
época de desconcierto y desesperanza, tenía que basarse en
“respuestas”, sometidas al debate, a la crítica y a la
rectificación, pero con categoría de puntos de referencia
estables. Y quienes buscan y dan respuestas son quienes
cometen errores; las preguntas siempre tienen, o pueden
reclamar, la inocencia.
Hay, por supuesto, errores de
diversa naturaleza la obra de Mandel; cada lector o lectora
destacará unos u otros, según sus propias ideas. Es absurdo
hacer una lectura talmúdica de Mandel. Necesita la
metodología de “apropiación crítica” que él
consideraba constitutiva del marxismo, como puede leerse en
“El lugar del marxismo en la historia”, y que a su
vez aplicó al estudio de sus maestros, como puede verificarse
en el balance crítico de la política bolchevique en “Octubre
de 1917: Golpe de Estado o revolución social”.
“La gran fuerza de
atracción intelectual del marxismo reside en que permite una
integración racional, completa y coherente de todas las
ciencias humanas, sin equivalente conocido (...) El marxismo
es la ciencia del desarrollo de la sociedad humana, es decir,
a fin de cuentas, la ciencia de lo humano, punto” /3.
He aquí una “respuesta” típica de Mandel. No
particularmente atractiva en estos tiempos, hay que
reconocerlo. Pero sobre todo, tomada literalmente, una
respuesta que cerraría el debate, la investigación y la
autocrítica. Nada de esto se corresponde con su trayectoria
intelectual y política. Intentaré una interpretación del
significado de esta sentencia.
Mandel estaba convencido de
que: “Sólo una teoría basada científicamente y capaz
de comprender la realidad puede ser un arma eficaz en el
combate por la transformación socialista de la sociedad”.
Pero esta tesis no le conducía a una visión apologética del
marxismo, sino a una extraordinaria autoexigencia: “Un
control severo de las fuentes y de los hechos; la disposición
a verificar de nuevo cada hipótesis de trabajo, desde el
momento en que tendencias contradictorias parecen aparecer o
aparecen realmente; un despliegue ilimitado de la libertad de
crítica más amplia y, por ello mismo, la necesidad de
pluralismo científico e ideológico: éstas no son solamente
componentes del método marxista, son por decirlo así
condiciones previas necesarias para que el marxismo puede
alcanzar su pleno desarrollo (...) Un seudomarxismo que
sacrifica la autocrítica pública despiadada, la expresión pública
de la verdad, incluso muy cruel, a no se sabe qué `exigencias
prácticas´ es indigno, no solamente de la dimensión científica
del marxismo, sino también de su dimensión liberadora. Es
también, a largo plazo, totalmente ineficaz”./4.
Este enfoque, que es
incompatible con una idea cerrada y autosuficiente de la teoría,
caracteriza el trabajo intelectual de Mandel, especialmente,
sus dos obras maestras como científico social: El
capitalismo tardío /5 y Las ondas largas del
desarrollo capitalista /6. Su objetivo en ellas no
era, simplemente, actualizar el conocimiento de las leyes de
desarrollo del modo de producción capitalista en las
condiciones generales del último tercio del siglo XX. Para
Mandel se trataba, como dice Francisco Louça /7, de
“incorporación de la historia a la vida económica real,
es decir, a la economía política (o la economía como
“ciencia moral”) en sentido clásico”, en
definitiva, la continuación del propio programa de El
Capital. Louça añade: “De lo que trata es de
procesos y no de equilibrios, cambios en vez de continuidad,
dialécticas y no causalidad circular, determinación en vez
de determinismo”. Éste es el sentido, y el contenido
fundamental, creo yo, de la “integración coherente” que
buscaba Mandel, necesaria para intentar comprender el
movimiento real de la vida económica, una comprensión sin la
cual la transformación del mundo es imposible.
La “apropiación” de los
estudios de Mandel, particulamente de esas obras
excepcionales, debe ser crítica. Hay en ellas muchas ideas
que hoy resultan perfectamente válidas, e incluso aparecen
como anticipaciones (por ejemplo, lo fundamental de su análisis
de “la naturaleza específica de la tercera revolución
tecnológica”, que entre otros aspectos, establece la dinámica
de la dualización de la sociedad como un elemento
estructural, consecuencia de la incapacidad del capitalismo
para impulsar una nueva fase expansiva).
Otras ideas me parecen más
discutibles (por ejemplo, alguna de las consideraciones sobre
cómo el Estado en el capitalismo tardío responde a las
crecientes dificultades para la valorización del capital: “(...)
una tendencia en el capitalismo tardío hacia el aumento no sólo
de la planificación económica del Estado, sino también de
la socialización estatal de los costos (riesgos) y pérdidas
en un número cada vez mayor de procesos productivos. Hay por
lo tanto una tendencia inherente bajo el capitalismo tardío
a que el Estado incorpore un número cada vez mayor de
sectores productivos y reproductivos dentro de las condiciones
generales de producción que el mismo Estado financia. Sin
esta socialización de los costos, estos sectores no serían
ni remotamente capaces de responder a las necesidades del
proceso de trabajo capitalista” /8. La
“socialización de costos” ha ido fundamentalmente por
otros caminos (gigantescas subvenciones a los procesos de
reconversión, de producción y de inversión y comercio
exterior; privatizaciones con alta rentabilidad
garantizada...) que entran con dificultad en este diagnóstico.
Se ha calificado a Mandel, justamente creo yo, como un
“marxista clásico”, aludiendo a la profundidad de sus raíces
en la obra fundacional de Marx y Engels, pero también a su
cultura militante, a su concepción de la revolución y de la
vida. Tiene razón Gilbert Achcar cuando dice: “... si el
`retorno a Marx´ debe ser considerado como el rasgo característico
del marxismo moderno, Ernest Mandel es el más actual de los
marxistas de la última época. La parte principal de su obra
se basa, en efecto, sobre una reapropiación y una actualización
directas del marxismo original” /9.
En este sentido, me parece especialmente significativo
recordar lo que Mandel consideraba el “anclaje
materialista” del viejo proyecto socialista, la “principal
contribución” de Marx a la causa de la emancipación
humana: “... los movimientos radicales de emancipación sólo
pueden tener éxito si se vinculan no sólo con intereses
específicos de clase, sino también con una situación específica
de clase que permita a la clase llevar a cabo la transformación
radical de la sociedad. Que se lo permita en el sentido económico
de la palabra, es decir, que disponga del poder necesario para
ello. Que se lo permita en el sentido político-sociológico
de la palabra, en la medida en que muestre, al menos periódicamente,
la inclinación a ello” /10.
Mandel consideraba que esta
tesis tenía carácter científico, en el sentido más fuerte
de la palabra. Su validez debía demostrarse empíricamente en
dos sentidos: la existencia de una fuerza social cuyos
intereses materiales coinciden con el proyecto socialista y la
acción social efectiva de esta clase, movida por esos
intereses, en esa orientación.
Llevaba muchos años
trabajando en lo que llamaba “los grandes ciclos de la lucha
de clases” desde mediados del siglo XIX y sus relaciones con
las ondas largas del capitalismo. Su punto de partida, como en
las ondas largas, era un material empírico que admitía un
interpretación cíclica: época de ascenso hasta 1848; caída
posterior hasta la derrota de la Comuna en 1871; segundo ciclo
ascendente desde 1890 hasta la época de la victoria de la
revolución rusa en 1917; nuevo declive hasta la ofensiva del
nazismo en la II Guerra Mundial; nuevo ascenso en la inmediata
posguerra hasta la victoria de la revolución en Yugoeslavia,
pero con una estabilización del capitalismo en Europa, Japón
y EE UU; posteriormente, estancamiento de’las luchas en el
hemisferio occidental y desarrollo de movimientos de liberación
nacional en países del Sur; en fin, nuevo ascenso en 1968,
con la particularidad de que no puede apoyarse en ninguna
victoria revolucionaria.
Mandel rechazaba todo
determinismo objetivista en sus estudios sobre las ondas
largas del capitalismo y, con más razones aún, en estos
estudios sobre los ciclos de las luchas sociales. Lo que
intentaba comprender es lo que llamaba la “dialéctica
del factor objetivo y del factor subjetivo de la historia”,
entre “la tendencia a la rutina cotidiana de la vida
proletaria y las rupturas periódicas hacia grandes
enfrentamientos de clase”. No está nada claro en qué
puede consistir tal “dialéctica”. Pero queda por ver qué
hay sobre estos temas en los archivos de textos no publicados
de Mandel, probablemente enormes. En todo caso, nos hemos
perdido un debate apasionante entre Mandel y, por ejemplo,
Sidney Tarrow /11. (La mayoría de los debates públicos
de Mandel han tenido un carácter excesivamente
“defensivo”: con Krasso, con Nove, con Bahro. En cambio
hay debates que se echan en falta en su abundante producción
polémica: con Bloch, al que sólo hace breves referencias;
con Polanyi, a quien no sé si llegó a conocer personalmente;
y, en especial, con dos de sus contemporáneos, Manuel Sacristán
y Jean Marie Vincent, también marxistas abiertos, lúcidos e
innovadores, cuyas aportaciones van en sentidos distintos, y a
veces contradictorios con las de Mandel /12).
Se ha criticado frecuentemente a Mandel por “obrerismo”.
Creo que estas críticas tienen fundamento en cuanto a la
sobrevaloración, hasta la mitificación, del papel político
que atribuyó a la clase obrera industrial, al “obrero de la
gran fábrica” (“...los trabajadores productivos de la
industria (son) la vanguardia (del proletariado) (aunque) sólo
en el sentido más amplio” /13.
Estamos ante un problema más
político que teórico: los conceptos que utiliza Mandel de
relaciones de producción (“todas las relaciones
fundamentales entre hombres y mujeres en la producción de su
vida material”), clase obrera (“la característica
estructural que define al proletariado en el análisis
marxiano del capitalismo es la obligación socioeconómica de
vender su propia fuerza de trabajo” /14, “...de
un modo más o menos continuo” /15), división
social del trabajo en el capitalismo (“la división entre
productores de plusvalía y todos aquellos que amplían o
aseguran el proceso de expansión del capital”), no son
“obreristas”, en absoluto.
Pero ese problema político
tiene considerable importancia, porque creo que está en el
origen de las dificultades de Mandel para comprender a los
llamados “nuevos movimientos sociales”, especialmente, el
ecologismo y el feminismo.
Hay que decir, muy en primer
lugar, que sobre la necesidad de participar y apoyar las
luchas de estos movimientos, Mandel no tuvo dudas,
especialmente, cuando entraban en conflicto con las
burocracias obreras (“La burocratización de las grandes
organizaciones obreras ha aplastado el entendimiento de los
intereses de clase en el sentido más amplio de la palabra y
por eso los intereses de grupo, los intereses gremiales, es
decir, la defensa del puesto de trabajo directo (...) pasan a
un primer plano. La primera reacción del obrero de una gran
empresa dedicada a producir máquinas para centrales nucleares
es en estas condiciones frecuentemente no una reacción de
clase, es decir configurada a partir de los intereses
generales de la clase mayoritaria de esta sociedad (...) sino
que su reacción es una reacción gremial en tanto que
trabajadores de un determinado sector de producción cuyos
puestos de trabajo se verían amenazados por una moratoria en
la construcción de nuevas centrales nucleares” /16).
Pero sobre el papel político
autónomo de estos movimientos, Mandel era, al menos, muy
reticente. Por una parte, porque consideraba posible, e
imprescindible, que el movimiento obrero asumiera los
objetivos emancipadores de todos los movimientos sociales para
poder expresar el “interés general” de la mayoría social
frente al capitalismo; desde este punto de vista, consideraba
que esa “autonomía” era innecesaria. Por otra parte,
porque esa autonomía podía alejar a los movimientos del
conflicto social fundamental sobre la propiedad de los medios
de producción; en ese sentido, la consideraba potencialmente
negativa.
A partir de las grandes
luchas de los “nuevos movimientos” de la primera mitad de
los años 80, y de la influencia que tuvieron en algunas de
las organizaciones de la IV Internacional, Mandel fue
considerando con creciente interés sus aportaciones. ¿Le
faltó tiempo para aproximarse más a estos movimientos,
especialmente “nuevos” para una persona de su generación?
Así lo creo. Por ejemplo, en el plano teórico, los conceptos
de “intereses específicos de clase” y “situación específica
de clase” requieren una revisión marxista en esta época y
un debate entre diversas corrientes de pensamiento crítico:
Mandel debe ser una de las referencias para esa tarea.
Aunque hay una evolución
notable del pensamiento de Mandel, no fueron nada frecuentes
en él los cambios importantes y explícitos de opinión en
cuestiones teóricas de fondo. Por eso, son especialmente
recomendables los trabajos de Catherine Samary en los que
realiza un balance minucioso y muy crítico de las ideas de
Mandel sobre los problemas de la transición al socialismo, a
la luz de la restauración capitalistas en la URSS /17.
Samary “descubre” un
importante cambio de opinión de Mandel sobre el papel del
mercado en las sociedades de transición, entre los puntos de
vista que defendió en su conocida polémica con Alec Nove en
la New Left Review entre 1986 y 1988 (en la cual definió
a la democracia directa como sustitución del mercado en el
sector socializado de la economía, en el cual no existirían
ni moneda, ni precios, sino intercambio directo de valores de
uso o de trabajo concreto), y los que escribiría dos años
después, en un artículo con un título extraño tratándose
de Mandel, “Plan o mercado: la tercera vía”: “De
hecho la vía más eficaz y mas humana para construir una
sociedad sin clases es un tema de experimentación y debe
progresar por aproximaciones sucesivas. No hay buenos libros
de `recetas´ para eso, ni la `planificación total´, ni el
`socialismo de mercado” /18. Los elementos que
debían ser utilizados en esta experimentación son los que
definió Trotsky: el plan, el mercado, la democracia, a los
que Mandel añadío un cuarto elemento, muy querido por él:
la reduccion radical del tiempo de trabajo, que debe
suministrar el tiempo necesario para ejercer la democracia.
“Un leninista con ligeras desviaciones luxemburguistas”
/19. A Mandel le gustaba, presumía puede decirse,
definirse así. Sus ideas sobre la organización partidaria se
corresponden bastante bien con esta definición. En cambio,
sus ideas sobre el papel político de los movimientos de masas
y su capacidad para descubrir y para crear, imprescindible
para la acción política revolucionaria, y sobre las
instituciones coherentes con la emancipación humana, le
definirían mejor mejor intercambiando los términos: “un
luxemburguista con ligeras desviaciones leninistas”. Pienso
que fue en este área, especialmente en sus trabajos sobre la
autoorganización y la autogestión, donde Mandel hizo las
aportaciones políticas más importantes, más vivas y, ojalá,
más duraderas.
Mandel publicó Control
obrero, consejos obreros, autogestión /20 en 1970.
En el clima vanguardista posterior al 68, donde el
“partido” era la preocupación central de la izquierda
revolucionaria, había que tener lucidez y coraje para
proponer como eje de la estrategia emancipadora, precisamente,
la autoemancipación de la clase obrera, y como sus medios
fundamentales, las manifestaciones concretas de autoorganización:
las múltiples variantes de “consejos”.
Con los años y con la durísima
experiencia de los “Estados revolucionarios” que nos ha
tocado vivir, Ernest fue haciéndose, en este sentido, más
“luxemburguista”. Sus propuesta iban orientadas cada vez más
a que la fuerza política estuviera donde está la fuerza
social emancipatoria.
Esa es la base de la radicalidad democrática, que consideró
un imperativo de la organización del poder político
post-revolucionario,: “El ejercicio del poder político
por las masas trabajadoras en el marco de la democracia
consejista y del pluralismo de partidos políticos son
precondiciones adicionales absolutas para la superación de la
indiferencia, la apatía y la atomización política. Las
masas trabajadoras han de obtener mediante la experiencia práctica
la prueba de que son ellas realmente las que adoptan por sí
mismas todas las decisiones importantes (...) la inmediata
abolición de la división del trabajo entre productores y
administradores, es decir, el inmediato ejercicio del poder
administrativo y estatal, del `trabajo general´ por la masa
de los trabajadores es la condición material objetiva previa
para el desarrollo de la `conciencia general (...)” /21.
Ese es también el origen del papel fundamental que atribuyó
a la reducción radical de la jornada de trabajo: “El
verdadero dilema, que es la opción histórica fundamental a
que está confrontada hoy la humanidad es el siguiente: o bien
una reducción radical del tiempo de trabajo para todos
–empezando por la media jornada o media semana de trabajo- o
bien la perpetuación de la división de la sociedad entre los
que producen y los que gestionan. La reducción radical del
tiempo de trabajo para todos –que era la gran visión
emancipadora de Marx- es indispensable, a la vez para adquirir
por todos el saber y la ciencia, y para la autogestión
generalizada (dicho de otro modo, un régimen de productores
asociados). Sin esta reducción, esos dos objetivos son utópicos”
/22.
Y esa es, en fin, la razón última del impulso libertario de
su crítica al Estado: “Las víctimas humanas causadas
por el terror estatal en el siglo XX son incomparablemente más
numerosas que las causadas por el terror individual o la
anarquía o los accidentes o no importa qué. En una sociedad
escindida por intereses materiales antagónicos, toda
tendencia a reforzar el Estado entraña la tendencia a
reforzar el terror estatal, la violencia estatal y la
arbitrariedad estatal (...). Sólo si el Estado se debilita y
órganos de control social que no sean órganos estatales
adquieren cualitativamente más poder que el que hoy tienen, sólo
entonces podrán limitarse efectivamente los peligros de esta
evolución arbitraria y basada en la violencia” /23.
Palabras que parecen dichas
ahora mismo y que deben decirse ahora mismo.
En su testamento, Mandel llamó
a la IV Internacional, “el sentido de mi vida”. No
podía haberlo expresado mejor. Dedicó la mayor parte de sus
muy considerables energías a construir la Internacional. En
este esfuerzo no se permitió, y no permitía, ni la menor
duda. La convicción sobre la necesidad de la tarea le permitió
resistir a un muy modesto balance de resultados en términos
de fuerzas e influencia política, a la terrible decepción
por el curso de los acontecimientos en el Este, a la falta de
perspectivas para las luchas y movimientos anticapitalistas en
todo el mundo... Mandel llamaba “programa” a esta convicción.
Otros preferimos llamarla de otra manera: compromiso
militante, por ejemplo. En la práctica, viene a ser lo mismo.
Mandel ha desempeñado un
papel determinante en la historia de la IV Internacional
durante casi medio siglo. En esta larga etapa ha habido
momentos de euforia y de amargura, de acuerdo y de conflicto,
y orientaciones políticas diversas. No creo que tenga sentido
intentar codificar una política “mandelista”. No sólo
por los giros y rectificaciones inevitables en un período tan
extenso y tan complejo. También porque Mandel no ejerció
nunca de “gurú”, y aún con toda la autoridad moral que
tenía, respetaba muchísimo las opiniones mayoritarias y no
siempre coincidió con las políticas concretas de la
Internacional.
Cualquier interpretación en
este tema es puramente subjetiva. En la “forma de hacer política”
de Mandel, yo valoro especialmente, en primer lugar, la
radicalidad democrática también en la organización
militante, tan distinta de los cuentos al uso sobre el
“pluralismo”. Asimismo, la atención siempre despierta y
esperanzada hacia el surgimiento de nuevos procesos de
radicalización y la voluntad de convergencia con las
organizaciones y corrientes que los encarnaban, desde el
guevarismo al sandinismo, pasando por el PT brasileño: aqui
especialmente, Mandel no admitía ningún apriori ideológico,
sólo contaba la lucha real; en mi opinión, las decepciones y
los errores acumulados no cambian la vigencia de este punto de
vista. Finalmente, en el orden, no en la importancia, la
construcción de la Internacional, de organizaciones políticas
militantes internacionalistas, volcadas hacia la movilización
social tan amplia y unitaria como sea posible, comprometidas
por entero con el proyecto de la revolución socialista.
Se suele atribuir un optimismo
desmedido a Mandel. No lo veo yo así. Especialmente desde
comienzos de los años 80, había en él una preocupación
enorme por el curso de los acontecimientos y por los problemas
de la Internacional. Pero donde la razón le metía en una
encrucijada, salía de ella no con optimismo, sino con
esperanza.
Esa esperanza, que forma
parte de lo más valioso de su legado, estaba construida con
dos materiales muy resistentes y, esta vez, nada “científicos”.
El primero es el compromiso
con sus camaradas del pasado, no los “trotskistas”, sino
todas las personas insumisas, rebeldes, revolucionarias de
todas las épocas, las “generaciones vencidas” de Walter
Benjamin.
El segundo es mucho más
modesto, solamente una chispa: “Nosotros marxistas de la época
de la lucha de clases entre el capital y el trabajo
asalariado, sólo somos los representantes más recientes de
esa corriente milenaria, cuyos orígenes se remontan a la
primera huelga en el Egipto faraónico, y que, pasando por las
innumerables sublevaciones de los esclavos en la Antigüedad y
las revueltas campesinas en los viejos China y Japón,
conducen a la gran continuidad de tradición revolucionaria de
los tiempos modernos y del presente.
Esta continuidad resulta de
la chispa inextinguible de la insubordinación a la
desigualdad, a la explotación, a la injusticia y a la opresión,
que se renueva siempre en la historia de la humanidad. En ella
reside la certidumbre de nuestra victoria. Porque ningún César,
ningún Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino,
ni ninguna inquisición, ningún Hitler, ni ningún Stalin,
ningún terror, no ninguna sociedad de consumo han conseguido
sofocar duraderamente esa chispa” /24.
Que así sea.
Madrid, 24 de julio de 2005
(Post-data: Quienes
mantenemos un gran respeto por la hoja, o la pantalla de
ordenador, en blanco, necesitamos a veces una presión externa
para decidirnos a escribir, especialmente sobre temas que nos
afectan personalmente. Así que puede decirse que he escrito
este artículo gracias a la presión de mis amigos, colegas de
la redacción y camaradas Josep Maria Antentas, Andreu Coll y
Carlos Sevilla. Espero que este reconocimiento no sea una borrón
en sus curriculum y sirva en cambio como una especie de
dedicatoria)
1/ D. Bensaid. Les
trotskysmes. PUF. París, 2002
2/ E. Mandel. El poder y el dinero. Siglo XXI México,
1994. El libro fue reseñado por Mikel de la Fuente en el nº
23 de VIENTO SUR. El último libro de Mandel, Trotsky
as alternative fue publicado en inglés en 1995. Creo que
no hay versión en castellano.
3/ E. Mandel. “Pourquoi je suis marxiste”, en G.
Achcar (ed.) Le marxisme d´Ernest Mandel. PUF. París,
1999. p. 205-208.
4/ E. Mandel. “Pourquoi...”, p. 218
5/ E. Mandel. El capitalismo tardío. Era, México,
1972. En 1997 se publicó en francès la versión definitiva
de la obra, con el título La troisième âge du
capitalisme, Éd. de la Passion, París, con textos inéditos
de Mandel, más un prefacio de Daniel Bensaid y un postfacio
de Jesús Albarracín y Pedro Montes. Lamentablemente, no hay
versión en castellano.
6/ E. Mandel. Las ondas largas del desarrollo
capitalista. Siglo XXI, Madrid, 1980. En 1995 se publicó
un segunda edición actualizada en inglés, Long Waves of
Capitalist Development, Verso, Londres, de la cual tampoco
hay versión en castellano.
7/ F. Louça. “Ernest Mandel y el pulso de la
historia” en VIENTO SUR nº 28. Octubre 1996
8/ E. Mandel. El capitalismo tardío. p. 478, subrayado
en el original.
9/ Gilbert Achcar. La actualidad de Ernest Mandel.
www.vientosur.info
10/ E. Mandel. Marxismo abierto. Crítica,
Barcelona, 1982. p. 88-89.
11/ Sidney Tarrow. El poder en movimiento.
Alianza Universidad, Madrid, 1997. Puestos a dar cuenta de las
equivocaciones, y aunque el asunto no tenga mayor importancia,
quede aqui constancia de una de las mías. En el artículo que
escribí en VIENTO SUR (nº 23. 0ctubre 1995. “Un hombre
de respuestas en un tiempo de preguntas”) tras la muerte
de Mandel, que me ha servido de referencia para éste, trato
el interés de este proyecto de Mandel con mucho escepticismo.
He cambiado de opinión, hacia una posición de
“expectativa”.
12/ Por ejemplo, el estudio crítico que Vincent dedicó
a su memoria: “Ernest Mandel et le marxisme
revolutionnaire”, Editions Page deux, Lausanne, 2001,
constituye un serio desafío a las ideas de Mandel sobre la
clase obrera como sujeto revolucionario
13/ E. Mandel. El Capital. Cien años de
controversias en torno a la obra de Karl Marx. Siglo XXI,
México, 1985 p. 128.
14/ Ibidem. Ver también el capítulo de este mismo
libro: “¿Los trabajadores improductivos son parte del
proletariado?”.
15/ E. Mandel. Introducción al marxismo. Akal,
Madrid, 1977
16/ E. Mandel. Marxismo abierto, p. 83
17/ C. Samary. “Mandel et les problèmes de la
transition au socialisme”, en G. Achcar (ed.) Le marxisme
d´Ernest Mandel. PUF. París, 1999.
18/ Mandel, “Plan ou marché: la troisième voie”, Critique
Communiste, nº 106-107, abril mayo 1991.
19/ E. Mandel. Marxismo abierto, p. 83
20/ E. Mandel. Control obrero, consejos obreros,
autogestión. Era, México, 1970
21/ E. Mandel. Marxismo abierto. p. 139
22/ Citado por Michel Husson “Après l´âge d´or:
sur Le troisieme âge du capitalisme” en Gilbert
Achcar (ed.) “Le marxisme d´Ernest Mandel”. PUF, París,
1999.
23/ E. Mandel. Marxismo abierto. pp. 28-29.
24/ E.Mandel. “Pourquoi...”. p. 230.