Marx
no tuvo tiempo de elaborar en forma sistemática una teoría de
las crisis. Había reservado esta elaboración para uno de los
tomos no escritos de El Capital, el tomo dedicado al mercado
mundial. Pero en el tomo 3 de El Capital, en las Teorías de la
plusvalía, en diferentes contribuciones periodístico-descriptivas,
así como en su correspondencia, Marx y Engels han incluído
suficientes pasajes que tratan del ciclo industrial y de la
crisis como para que se pueda hablar de una verdadera teoría
marxista de las crisis, sin forzar los textos o falsificar su
pensamiento.
La
explicación marxista de las crisis
La
teoría marxista de las crisis rechaza toda concepción
monocausal. Las crisis no se deben exclusivamente al exceso de
capitales (sobreacumulación) o, lo que es equivalente, a la
insuficiencia de la masa de plusvalía producida corrientemente.
No se deben exclusivamente a la insuficiencia del poder de
compra por parte de las masas. Tampoco se deben exclusivamente a
la desproporción entre los dos departamentos fundamentales de
la producción, el departamento de bienes de producción y el
departamento de bienes de consumo. Todas estas causas desempeñan
un papel en el desencadenamiento de las crisis y en su
reproducción cíclica, pero ninguna de ellas determina, por sí
sola, el estallido regular de las crisis.
La
razón por la cual Marx rechaza toda explicación monocausal de
las crisis es que considera al ciclo industrial y a las crisis
de sobreproducción en las cuales aquél desemboca regularmente,
como inherentes al modo de producción capitalista mismo. Este
modo de producción está basado sobre la producción mercantil
generalizada. Es del hecho de que los medios de producción
(incluídas las tierras) y la fuerza de trabajo se han
convertido en mercancías, de donde se desprende la relación
capital/trabajo asalariado, es decir el modo de producción
capitalista.
Ahora
bien, producción mercantil generalizada implica un trabajo no
inmediatamente social, implica contradicción entre trabajo privado
y trabajo social, disposición fragmentada de los medios de producción
(es decir propiedad privada en el sentido económico y no
puramente jurídico del término), fluctuaciones de las
inversiones en el tiempo, contradicción entre valor de uso y
valor de cambio, contradicción entre mercancía y dinero. De
ahí se desprende la oposición fundamental de Marx a la
"Ley de equilibrio" de J.B. Say y a errores paralelos
de Ricardo. Para Marx, la producción no crea automáticamente
su propia demanda, rechazo de las tesis que son retomadas por
los monetaristas y los economistas "supply-side" de
hoy. Del mismo modo, la demanda no crea automáticamente su
propia producción, rechazo de las ideas que son retomadas por
los neo-keynesianos de hoy.
La
crisis hunde sus raíces en el hecho de que las condiciones de
producción de la plusvalía no implican automáticamente las
condiciones de su realización (no coinciden automáticamente
con ellas).
En
este sentido, en el marco de la teoría marxista de las crisis,
la crisis es a la vez una crisis de superproducción de
capitales y una crisis de superproducción de mercancías. En su
preparación y en su estallido intervienen todas las
contradicciones internas del modo de producción capitalista. Se
puede representar la crisis como determinada fundamentalmente
por la caída tendencial de la tasa media de ganancia en la
medida en que las fluctuaciones de la tasa de ganancia resumen
el conjunto de estas contradicciones.
Por
su esencia misma, la crisis capitalista es entonces una crisis
de superproducción de valores de cambio. En esto, ella se
contrapone a las crisis de las sociedades precapitalistas y a
las crisis en las sociedades post-capitalistas, que son
esencialmente crisis de subproducción de valores de uso.
Estas crisis se combinan allí, en grados diferentes, con fenómenos
ligados al mercado, en la medida en que la producción mercantil
se desarrolla o sobrevive en estas sociedades. Por el otro lado,
mientras subsiste el modo de producción capitalista, y la
economía continúa siendo regida por la ley del valor, las
crisis de sobreproducción son inevitables.
La
explicación marxista de la crisis actual
La
recesión 1980-1982 ha sido la vigesimoprimera crisis de superproducción
desde el "nacimiento del mercado mundial de mercancías
industriales", como lo llama Marx, nacimiento que se sitúa
hacia 1825. Esto da una media de duración del ciclo industrial
de 15 años, divididos por 21, es decir de 7.5 años, confirmación
total de una hipótesis de Marx. La naturaleza misma del ciclo.
industrial implica que no hay "crisis permanente".
Después de la recesión viene la recuperación, aunque sea
vacilante, poco profunda, de duración relativamente limitada y
no sincronizada. Creemos que una recuperación comenzó ya en
1983, por lo menos en Estados Unidos, en la República Federal
Alemana, en Gran Bretaña, en Canadá, así como hubo una
recuperación entre la recesión de 19741975 y la recesión de
1980-1982.
Nosotros
definimos las crisis después de la segunda guerra mundial -en
la época del capitalismo tardío- como recesiones, porque son
crisis combinadas con una inflación permanente que atenúa
parcialmente sus efectos. La inflación del crédito, es decir
de la moneda fiduciaria, de la "moneda bancaria",
permite vender más mercancías que con el poder de compra
efectivamente creado durante el proceso de producción. Permite
acumular más capitales que con la plusvalía efectivamente
producida en el curso del proceso de producción y realizada en
el curso del proceso de circulación. A pesar de toda la
demagogia de los monetaristas y todas las medidas deflacionistas
tomadas por los gobiernos burgueses (tanto de "derecha"
como de "izquierda"), la inflación subsiste en el
curso del actual ciclo industrial, aunque ella haya sido
reducida con relación a los años 70 (pero. no con relación a
los años 50 y 60).
Pero
el capitalismo tardío no puede atenuar durante un período
limitado sus contradicciones internas por medio de la inflación
permanente sin pagar un precio elevado -a la larga
insoportable- por esta tendencia: la desorganización creciente
de su sistema monetario internacional, los crecientes riesgos de
hundimiento de todo el sistema bancario y de todo el sistema de
crédito internacional.
Hipócritamente,
los capitalistas y sus ideólogos concentran su fuego, a este
respecto, sobre las deudas de los países llamados "del
Tercer Mundo" y de los Estados llamados socialistas (que
nosotros preferimos llamar Estados obreros burocratizados o
Estados post-capitalistas). Pero en realidad, el capitalismo
atravesó un imprevisto boom económico después de la segunda
guerra mundial flotando sobre un océano de deudas que desbordan
hacia cuatro orillas: 1) las empresas capitalistas privadas,
incluidas las firmas multinacionales; 2) los países del Tercer
Mundo; 3) los gobiernos imperialistas; 4) los gobiernos de los
Estados obreros burocratizados. De estas cuatro masas de deudas,
la más importante es la primera y no la segunda. La tercera ya
superó a la cuarta y puede superar a la segunda.
Los
detonadores de las recesiones de 1974-1975 y de 1980-1982 fueron
los detonadores clásicos y su desarrollo fue un desarrollo clásico:
superproducción en los sectores clave de la expansión
precedente (automóvil, construcción inmobiliaria, acero,
petroquímica, etc.), baja de la tasa media de ganancia,
agravación de las tendencias especulativas e inflacionistas,
obligación para la burguesía de iniciar una política
deflacionista, desocupación en rápido ascenso y, debido a
esto, contracción del mercado interior, concurrencia
interimperialista e interimperialista acentuada, con ascenso del
proteccionismo y contracción del mercado mundial.
Ciclo
industrial y ondas largas
El
hecho de que Marx haya puesto en descubierto los mecanismos
fundamentales, estructurales, de las crisis de superproducción
capitalista, implica que hay rasgos fundamentales,
estructurales, comunes entre todas estas crisis. Pero no
implica' que todas las crisis son estrictamente idénticas. Cada
crisis representa de hecho una combinación de rasgos generales
y de rasgos particulares. El mismo Marx analizó en detalle los
rasgos particulares de una serie de crisis que él vivió, como
la crisis de 1857-1858 y su aspecto monetario, y la de 1861,
ligada a las consecuencias de la Guerra de Secesión en Estados
Unidos.
No
puedo analizar en detalle todos los rasgos particulares de las
crisis de 1970-1971, de 1974-1975 y de 1980-1982. Pero quiero
insistir sobre un aspecto esencial de esta combinación de
rasgos particulares y rasgos generales de las crisis actuales:
la combinación entre el ciclo industrial septenal o sexenal, y
la onda larga de tendencia depresiva que comenzó
manifiestamente hacia el fin de los años 60. Esta sucedió a
una onda larga expansiva que se extiende de 1948-1949 a 1968
(salvo en los países anglosajones, donde comenzó sin duda
hacia 1940).
Esta
combinación entre ciclo industrial clásico y onda larga
depresiva tiene consecuencias considerables sobre la evolución
económica a medio y largo término. Tiene consecuencias
igualmente importantes en el plano social y político.
La
onda larga depresiva actualmente en curso se caracteriza por la
"vulgarización" de las innovaciones tecnológicas
iniciadas durante la onda larga expansiva precedente, lo cual es
por otra parte una característica general de las ondas largas
de estas dos tonalidades fundamentales diferentes.
En
la práctica esto quiere decir tres cosas: 1) mantenimiento de
una tasa de crecimiento anual, bastante elevada, de la
productividad; 2) baja y hasta desaparición de la "renta
tecnológica", de las sobreganancias monopolísticas de los
grandes trusts, incluidas las "multinacionales", lo
cual contribuye a deprimir la tasa media de ganancia; 3)
descenso considerable de la tasa media de crecimiento de la
producción, que permanece durante largo tiempo inferior a la
tasa de crecimiento de la productividad. El resultado es claro:
a la vez, el aumento de la desocupación y la ofensiva de
austeridad de la burguesía se mantendrán durante un largo período,
independientemente de lai, fluctuaciones cíclicas de la
producción anual.
Para
no hablar más de la desocupación de los países imperialistas:
subió de 10 millones en 1970 a 15 millones en 1975, a 20
millones en 1978, a 30 millones en 1980, a 35 millones en 1983,
y alcanzará 40 millones en 1985, independientemente de la
recuperación en curso. Por otra parte se trata de estadísticas
que subevalúan fuertemente la realidad, pues no incluyen a
todos aquellos y aquellas que, como lo dicen tan elegantemente
los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, "han
abandonado el mercado del trabajo" habiendo perdido toda
esperanza de encontrar un empleo. Se trata ante todo de las
mujeres rechazadas hacia los hogares, y de los trabajadores
inmigrados rechazados hacia su país de origen.
En
el marco de la onda larga depresiva, ha habido desincronización
cíclica entre la crisis que castiga a los países
imperialistas, y la crisis que castiga a los países semicolóniales
y los países dependientes semindustrializados. Especialmente
estos dos últimos han podido mantener una tasa de crecimiento
relativamente elevada, sobre todo en México, en Brasil, en
Corea del Sur, en India, en Taiwán y en una serie de los países
de la OPEP. Pero a partir de 1980, la situación cambió
radicalmente. Hoy los países llamados del "Tercer
Mundo" leven golpeados duramente por
la crisis.
Para
los menos subdesarrollados de entre ellos esto significa un
cambio de clima socioeconómico y político completo con relación
a los diez años precedentes, una pérdida de credibilidad de
los proyectos de industrialización (de desarrollo) en el marco
del capitalismo internacional, de los proyectos
nacionalistas-populistas, etc., con una caída brutal del nivel
de vida de las masas. Para los más pobres de entre ellos lo que
se está desarrollando es una tragedia de dimensiones históricas,
de la cual, para vergüenza común de todos nosotros, vanguardia
revolucionaria internacional, para no hablar ya del movimiento
obrero internacional, no se ha tomado la menor conciencia. Se
puede resumir esta tragedia en una fórmula: la onda larga
depresiva provoca una pauperización absoluta en los países
semicoloniales más pobres que lleva el poder de compra de los
salarios medios hacia el nivel de las raciones de alimentos de
los campos de concentración nazi.
La
función política y social de las diferentes interpretaciones
de la crisis
La
defensa de la teoría marxista de las crisis no es sólo un
deber de honestidad científica, de capacidad de comprender, de
explicar y prever la marcha de la economía mundial. Desempeña
también un papel preciso en la lucha ideológica que se
desarrolla hoy en el seno de la opinión pública, es decir de
la -lucha de clases política, de la lucha de clases en el
sentido más directo. Desempeña un papel aún más preciso en
las líneas divisorias en el interior del movimiento obrero
internacional, entre aquellos que, bajo las formas más diversas
y con las excusas más contradictorias, aceptan a la crisis como
inevitable y se contentan con proponer recetas para administrar
esta crisis con dosis graduales de austeridad, y aquellos que
quieren organizar, ampliar y generalizar el rechazo de toda política
de austeridad, la resistencia militante y activa contra la
ofensiva del capital, la lucha contra la desocupación mediante
la introducción inmediata de la semana de 35 horas sin reducción
de salario semanal y con contratación obligatoria, la lucha por
una alternativa anticapitalista de conjunto a la política de
austeridad. Esta línea divisoria contrapone en último análisis
a todos los defensores de la colaboración de clases y a todos
los partidarios irreductibles de la independencia política de
clase del proletariado, por la cual Marx se batió toda su vida
a partir de 1850.
Sin
poder hacer una lista exhaustiva de todas las
"explicaciones" de recambio de la crisis con relación
a la explicación marxista, mencionaremos los esquemas ideológicos
siguientes:
- La
crisis sería el resultado inevitable del alza excesiva de
los salarios directos e indirectos durante la fase de
expansión precedente. Hay
una versión derechista de esta "explicación" (la
explicación neoclásica, monetarista: "The workers
priced themselves out of the labor market"). Hay
también una versión de "izquierda" de esta
explicación: la teoría del "profit squeeze", que
volviendo de Marx a Ricardo, reduce la caída de la tasa de
ganancia a la caída de la tasa de plusvalía, es decir que
explica la crisis por el alza de los salarios.
- La
crisis sería el resultado inevitable de la inflación,
considerablemente aumentada por el alza de los precios del
petróleo en 1973 y en 1979.
- La
crisis sería el resultado de una conspiración de las
multinacionales, o de una conspiración del imperialismo
norteamericano, para « restablecer (o consolidar) su
hegemonía sobre la economía capitalista internacional,
incluso sobre la economía mundial.
- La
crisis no sería más que un mecanismo normal de
relanzamiento y de redespliegue internacional de la
acumulación de capital, que el capitalismo sería capaz de
realizar y qué por otra parte estaría ya en vías de
realizarse.
La
función de estas "explicaciones" es política y
social, no científica. A veces, su aspecto irracional adquiere
una dimensión grotesca: así, según algunos en Francia (¡y no
sólo en Francia!), serían sucesivamente el alza del precio del
petróleo y su baja posterior lo que habría causado -o agravado
considerablemente- la crisis. Pero una vez descartada la
pretensión científica de estas "explicaciones", que
es nula, no debemos sacar la conclusión de que carecen de
importancia. Tienen una importancia muy grande, pues son un
instrumento de la burguesía para obtener resultados sociopolíticos
precisos:
- culpabilizar
a la clase obrera y al movimiento obrero como responsables
de la crisis;
- culpabilizar
a los jeques del petróleo o, más generalmente, a los países
del Tercer Mundo, como responsables de la crisis;
- presentar
la crisis como una fatalidad, a la cual nadie puede
sustraerse;
- justificar
las concesiones declaradas inevitables a los imperativos de
la austeridad, es decir a los imperativos de la ganancia.
Todos
estos resultados que persiguen tienen un objetivo central:
ejercer una enorme presión sobre la clase obrera para que ésta
no reconozca que el capitalismo, y solamente el capitalismo, es
responsable de la crisis, y que toda lucha real y eficaz contra
las consecuencias desastrosas de las crisis para las masas
trabajadoras debe ser una lucha contra el capitalismo, una lucha
anticapitalista. Es una presión para impedir el surgimiento de
una alternativa anticapitalista, socialista, a la crisis, por la
cual amplias masas estar{ian dispuestas a combatir.
La
crisis y el porvenir de la humanidad
Estamos
convencidos de que la depresión es muy grave, y que en realidad
es, en el contexto de la crisis del sistema imperialista y del
sistema social, la crisis más profunda que el capitalismo haya
conocido desde su nacimiento. Para retomar una fórmula de Marx,
es en la crisis donde se expresa la tendencia del capitalismo a
transformar periódicamente las fuerzas productivas en fuerzas
destructivas. Ahora bien, la amplitud de la crisis determina la
amplitud del potencial destructor desencadenado por la
"solución" capitalista de la crisis. Para salir de la
crisis de los años 30 sin salir del capitalismo, la humanidad
pagó el precio de 100 millones de muertos, el precio de
Auschwitz y de Hiroshima.
Con
el nivel alcanzado actualmente por el armamento -ante todo, pero
no sólo, el armamento nuclear-, con los procesos de destrucción
del medio ambiente en curso, con el ascenso del hambre en el
mundo, este potencial destructor debería hoy ser multiplicado
por lo menos por cinco. Esto implica el riesgo real de destrucción
de la infraestructura material y humana sobre la tierra.
Desde
1914, la humanidad está confrontada con el dilema: socialismo o
barbarie. Dos guerras mundiales, innumerables guerras locales,
el ascenso periódico de dictaduras sanguinarias fascistas,
semifascistas, militares, la extensión de la tortura en más de
sesenta países; todo esto prueba que la noción de
"barbarie" no es propagandística, ni mistificadora,
ni abstracta, sino que está cargada de un contenido real cada
vez más dramático. Pero hoy, con el armamento y el
sobrearmamento nuclear, el dilema "socialismo o barbárie"
adquiere una nueva dimensión más precisa todavía. Hoy, la
victoria mundial del socialismo se ha convertido en una cuestión
de supervivencia física del género humano. Hoy, a largo término,
el dilema es: "socialismo o destrucción del género
humano".
Digo
"a largo término". A corto término, y a medio término,
el capital internacional choca con obstáculos y resistencias
inmensas para aplicar un curso hacia la reconquista de los
mercados perdidos, es decir un curso hacia la tercera guerra
mundial. Entre estos obstáculos y estas resistencias está ante
todo la fuerza del movimiento obrero y del movimiento antiguerra
en los países imperialistas y la fuerza del movimiento
antimperialista en los países semicoloniales y en los países
dependientes. Hoy, lo que la remilitarización pone al orden del
día en lo inmediato, son guerras contrarrevolucionarias
locales, como la agresión al Líbano contra la revolución
palestina, la agresión contra la revolución centroamericana,
la agresión contra la revolución en Africa Austral. Antes de
que puedan ser infligidas derrotas muy severas al movimiento
obrero y al movimiento de masas de los principales países del
mundo capitalista, la tercera guerra mundial no estará al orden
del día.
Pero
justamente en función de la gravedad y de la duración de la
depresión, el riesgo de tercera guerra mundial tenderá a
aumentar en la medida en que la ofensiva de austeridad y de
remilitarización consiga debilitar o desarticular el movimiento
de masas y la reorganización de masas en los principales países
capitalistas del mundo.
Para
nosotros, esto no es algo que ya está resuelto: las batallas
decisivas están. ante nosotros, no tras de nosotros. Si
queremos referirnos, con todos los riesgos inherentes a las
analogías históricas, a las etapas preparatorias de la segunda
guerra mundial, estamos hoy en 1929 y no en 1933 o en 1938. La
marcha hacia la segunda guerra mundial habría podido ser
invertida si Hitler no hubiera tomado el poder, si Franco
hubiera sido derrocado, si el ascenso revolucionario en Francia
no hubiera sido ahogado por el Frente Popular. Las grandes
batallas de clase que vendrán en Europa occidental, en Brasil,
en México, en Argentina, en India, en Canadá, en Africa del
Sur, en Japón y sin duda finalmente en Estados Unidos, decidirán
la marcha hacia la tercera guerra mundial y, en consecuencia, la
suerte de la humanidad.
Es
posible plantearse la cuestión: ¿es racional para el
capitalismo, incluso dirigido por un personal político de
derecha y de extrema derecha, considerar una "solución"
a la crisis a través de la guerra nuclear mundial? La pregunta
en sí misma está mal planteada. La sociedad burguesa en su
conjunto se caracteriza por una combinación sui géneris de
racionalidad parcial y de irracionalidad global. La misma
característica se aplica a los armamentos.
Pero
en la medida en que efectivamente existe un fondo irracional en
el proyecto de guerra nuclear, esto no implica en modo alguno
que este proyecto sea irrealizable. Auschwitz era igualmente
irracional desde el punto de vista de los intereses de conjunto
del imperialismo alemán, incluso desde el punto de vista de una
guerra imperialista que buscará obtener la victoria. Sin
embargo, Auschwitz fue realizado. Es la presencia del acostumbramiento político e ideológico de las masas a
lo irracional y a lo monstruoso lo que es decisivo en la etapa
actual para el imperialismo en la perspectiva de la preparación
de la guerra.
Este
es el objetivo central de la ofensiva, no. solamente
anticomunista, antimarxista, antisocialista, en los medios de
comunicación de masas y en las universidades burguesas, sino
también de una campaña contra la ciencia, contra la razón,
contra los ideales de la revolución burguesa y del Siglo de las
luces, incluso contra los ideales igualitarios elementales
presentes en la tradición religiosa judío-cristiana. La
barbarie de las ideas precede la barbarie de los hechos. Por eso
es preciso desencadenar una ofensiva teórica vigorosa para
defender contra la bestialidad de frente de toro, pero dotado de
formidables medios materiales de difusión y de presión, al
marxismo, al socialismo, a la ciencia, a la razón, los derechos
iguales de todos los hombres y de todas las mujeres que habitan
nuestro planeta.
Esta
contraofensiva se ve hipotecada por una realidad objetiva: la
situación real, económica, social, política, ideológica,
cultural, moral en los países del Este, las sociedades
burocratizadas de transición entre el capitalismo y el
socialismo, los Estados obreros burocratizados. Evidentemente
rechazamos toda noción de un "socialismo realmente
existente" en cualquier lugar del mundo que sea. Del mismo
modo, rechazamos toda noción según la cual Marx sería
responsable de la práctica de la burocracia soviética, o de la
práctica de la burocracia social-demócrata reformista. En
cambio, registramos un hecho que pesa sobre todos nosotros.
Cuando la crisis de los años 301 había una casi unanimidad en
el movimiento obrero mundial alrededor de la unidad central: el
capitalismo está en crisis; la solución, es la planificación
socialista. Hoy, la casi totalidad del proletariado mundial,
incluidos miembros de los Partidos comunistas, ya no encuentran
suficiente esta respuesta.
La
razón fundamental que explica este cambio no es la propaganda
imperialista, ni la presión de medios pequeño burgueses
desmoralizados y escépticos, aunque no haya que subestimar la
importancia de estos factores. La razón fundamental es la
comprensión, tardía pero saludable, por parte de la clase
obrera internacional, de la realidad económica y social de los
países del Este, tal como ella se ha revelado en forma
clamorosa con el ascenso de la revolución y de la
contrarrevolución política en Polonia. La crisis económica y
social en el Este es un factor constitutivo de la crisis
mundial. No es ella idéntica a la crisis capitalista, aunque se
vea influida por ella. Es una crisis específica de esas
sociedades. Tiene un peso muy grande sobre la conciencia media
del proletariado internacional. En la teoría y en la práctica,
los marxistas del mundo entero deben tomarla a su cargo
francamente.
Es
seguro que una respuesta puramente teórica y propagandista jamás
dará satisfacción suficiente a las grandes masas. Mientras no
exista, en los hechos, un "modelo" de sociedad de
transición que trascienda en forma decisiva los abusos, las
aberraciones, los desastres, las desigualdades, las opresiones
que existen hoy en el Este, nuestra respuesta no convencerá a
todo el mundo. Pero esto no significa que haya que esperar la
victoria de la revolución socialista de Occidente y de la
revolución política en el Esté, para defender en forma
resuelta la planificación socialista como la respuesta
socialista a la crisis capitalista.
Nosotros
decimos que la economía y la sociedad fundadas en la ciencia y
la técnica contemporáneas se han vuelto demasiado complejas y
demasiado preñadas de catástrofes para ser administradas por
algunos "expertos" -por otra parte, cada vez menos
competentes- por algunas minorías elitistas, sean ellas
burguesas del Oeste o burocráticas en el Este. Del mismo modo,
creemos que esta crisis mundial es demasiado grave para que se
la deje a la merced de "las leyes objetivas del
mercado" que se cumplen a espaldas de la humanidad.
Esta
crisis sólo será resuelta si las masas toman en sus manos la
gestión de sus propios asuntos, de la economía, del Estado, de
la sociedad. Esta crisis sólo será resuelta por la socialización
de los grandes medios de producción, su puesta en
funcionamiento planificada sobre la base de objetivos
prioritarios fijados democráticamente con el pluralismo político
indispensable a la democracia, por la masa de los
productores-consumidores mismos, por la gestión de la economía
por los productores asociados, por la creación de una Federación
Socialista Mundial, basada en el poder de los trabajadores, el
poder de los consejos obreros y populares en el mundo entero.
1
de junio de 1983
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