“Hagamos renacer la
esperanza”, es el nombre que se le dio a la intervención de
Ernest Mandel (1923-1995) en el III Encuentro del Foro de Sao
Paulo (Nicaragua, julio 1992). En aquella ocasión, el Nuevo
Diario (Managua, 19-7-92) comentaba: “Mandel, ante los
representantes de los diversos partidos políticos
latinoamericanos y de Europa, exhibió recursos que al parecer
no estaban en la agenda. Ello motivó a sentarse a reflexionar
sobre las cuestiones que planteaba”. Recomendando
“desamarrar los nudos políticos que atascan las ideas”, el
testimonio de uno de los más destacados marxistas
revolucionaros del siglo XX sirvió -según el diario
sandinista- para “descorrer un poco las cortinas de la
incertidumbre para que el sol entrara, quizás por primera vez,
en la izquierda latinoamericana”. Lo que ahora publicamos (con
subtítulos de la redacción), es parte sustancial de la
intervención del que fuera principal dirigente de la IV
Internacional (Secretariado Unificado). Tanto su análisis como
su propuesta, siguen tendiendo el valor de una contribución
imprescindible a los debates actuales sobre el socialismo y la
construcción de una alternativa anticapitalista.
Restaurar la credibilidad del
Socialismo
A los ojos de la gran mayoría
de las masas a escala mundial, las dos experiencias históricas
principales para construir una sociedad sin clases, la
estalinista-postestalinista-maoísta y la socialdemócrata, han
fracasado.
Seguro que las masas entienden
muy bien que ese fracaso es el de un objetivo social radical de
conjunto, lo que no implica una balance negativo con respecto a
cambios importantes en la realidad social a favor de los
explotados. En ese sentido, el balance de más de ciento
cincuenta años de actividad del movimiento obrero
internacional, y de todas las tendencias comprometidas, sigue
siendo muy positivo.
Pero eso, es algo diferente a
la convicción de millones de trabajadores en el sentido de que
todas las luchas inmediatas desemboquen, cada vez más, en la
lucha por el derrocamiento del capitalismo y el advenimiento de
una sociedad sin explotados, sin injusticia o violencia masiva.
En ausencia de tal convicción, las luchas inmediatas son
fragmentadas y discontinuas, sin objetivos políticos de
conjunto.
La iniciativa política está
en manos del imperialismo, de la burguesía y de sus agencias.
Eso se confirmó en Europa Oriental, donde la caída de las
dictaduras burocráticas condujo no a una iniciativa política
en dirección al socialismo, sino a iniciativas de fuerzas
favorables a la restauración capitalista. Lo mismo comienza a
repetirse en la ex Unión Soviética.
Las masas en Europa Oriental y
en la ex URSS, para no hablar de países como Kampuchea,
identifican la dictadura estalinista y postestalinista con el
comunismo, el marxismo, el socialismo y rechazan todo eso. Se
equivocan. Stalin mató a un millón de comunistas y reprimió a
millones de obreros y campesinos, y esto no fue producto del
marxismo, del socialismo, de la revolución. Fueron producto de
una contrarrevolución sangrienta. Pero el hecho que las masas
vean todavía las cosas de modo diferente, es un hecho objetivo
que pesa sobre la realidad política y social a escala mundial.
Esa crisis de credibilidad del socialismo, explica la
contradicción principal de la situación mundial: las masas
siguen luchando en muchos países a escalas más amplias que
nunca en el pasado. El imperialismo, la burguesía
internacional, no son capaces de aplastar al movimiento obrero
como lo han hecho en los años treinta y al inicio de los
cuarenta en Europa, en Japón, en las grandes ciudades y en
muchos otros países. Pero las masas trabajadoras no están
todavía dispuestas a luchar por una solución global
anticapitalista, socialista, por esa razón hemos entrado en un
largo período de crisis mundial, de desorden mundial en el cual
ni una ni otra de las dos principales clases sociales están
cercanas a obtener su victoria histórica.
La tarea principal de los
socialistas-comunistas, es la de restaurar la credibilidad del
socialismo en la conciencia y en la sensibilidad de millones de
hombres y mujeres. Esto será irrealizable si no tiene como
punto de partida las principales preocupaciones de esas masas.
Todo modelo alternativo de política económica, debe incluir
esas propuestas, deben ser aquellas que ayuden en el modo más
concreto y más eficaz a las masas a luchar de manera exitosa
por sus necesidades.
Podemos formularlas de un modo
casi bíblico; eliminar el hambre, vestir a los desnudos, dar
vivienda digna a todos, salvar la vida de los que mueren por
falta de protección médica posible, generalizar el acceso
gratuito a la cultura por la eliminación del analfabetismo,
universalizar las libertades democráticas, los derechos
humanos, eliminar la violencia represiva en todas sus formas.
Impulsar sin
restricciones, luchas amplias de masas
Esto no tiene nada de dogmático
ni utópico. Las masas aunque no están todavía dispuestas a
luchar por la revolución socialista, pueden, perfectamente,
aceptar esos desafíos si son formulados del modo más concreto
posible. Pueden desencadenar amplias luchas en las formas más
diversas y combinadas, por ello repito que debemos intentar ser
lo más concretos posibles en las propuestas: ¿qué tipo de
producción alimentaria es posible? ¿con qué técnica agroquímica?
¿en qué lugares? ¿qué material de construcción se puede
construir? ¿en qué lugar, nacionalmente, condicionadamente a
escala internacional más amplia, etc.?
Cuando examinamos las
condiciones para realizar estos objetivos, se llega a la
conclusión que eso implica una redistribución radical en los
recursos existentes. Implica también una revisión radical del
modo en el cual es decidida la utilización de esos recursos, un
cambio radical de las fuerzas sociales que tienen el poder de
decisión sobra esa utilización. Debemos de estar convencidos
que las masas que luchan por esos objetivos no van abandonar esa
lucha cuando la realidad demuestra esas implicaciones.
Ese es uno de los retos históricos
del movimiento socialista: ser capaz de impulsar sin
restricciones, luchas de masas amplísimas para alcanzar los
objetivos más sentidos de la humanidad hoy.
¿Es políticamente realizable ese modelo alternativo en el
mundo y la sociedad de hoy, sin un objetivo de toma o de
participación del poder realizable a corto o mediano plazo?
Creo que formular la pregunta de esa forma es una trampa. Claro
que no se debe de ninguna manera relativizar el poder político.
Pero la forma concreta de lucha por el poder, y aún más, las
formas concretas del poder estatal, no deben ser decididas de
antemano. Y, especialmente, no se debe subordinar la formulación
de los objetivos concretos y de las formas concretas de lucha
para lograrlo, a cualquier consideración seudo-realista de lo
que es o de lo que no es realizable en el terreno político a
corto plazo.
Al contrario, se deben
determinar los objetivos y las formas de lucha sin prejuicios
políticos ni izquierdistas, ni oportunistas de cualquier
naturaleza. La fórmula deber aquella del gran táctico que fue
Napoleón Bonaparte y que Lenin repitió muchas veces: “Nos
comprometemos y después veremos”.
Es de esta manera que el
movimiento obrero internacional, en el período de su expresión
masiva universal más impresionante, condujo sus campañas por
dos objetivos centrales: la jornada de ocho horas de trabajo y
el sufragio universal.
¿Puede el imperialismo hoy en
día, o mejor dicho, el imperialismo aliado al gran capital,
impedir la realización de estos objetivos en los países de América
Latina? ¿Puede bloquear todos los ingresos de capital y la
transferencia de tecnologías, además de las presiones del FMI
y del Banco Mundial?
De nuevo creo que la formulación misma de la pregunta nos hace
caer en una trampa. La verdad es que nadie puede responder de
antemano a esa pregunta. Depende en última instancia de las
relaciones de fuerza. Pero esas relaciones de fuerza no están
pre-establecidas, cambian continuamente. Y las luchas por
objetivos precisos accesibles a amplias masas es precisamente
una forma de modificar las relaciones de fuerzas, a favor de los
trabajadores y demás capas explotadas y oprimidas (…)
En esas condiciones hay muchas
variables posibles de respuestas dignas a una lucha exitosa por
la anulación inmediata del pago del servicio de la deuda
externa. Es muy poco probable que el conjunto de los gobiernos
de América Latina y aún más, del Tercer Mundo, actúen en ese
sentido, pero si un país como Brasil en el caso de una victoria
electoral del PT actuara así, no se puede predeterminar de
antemano la reacción del imperialismo. Puede haber un bloqueo
económico, pero es objetivamente más difícil un bloqueo a
Brasil, el país más desarrollado de América Latina, que el
bloqueo a Cuba, por no decir Nicaragua. Y Brasil tendría la
posibilidad de responder con una ofensiva política, con un
Brest-Litovsk político-económico, dirigiéndose a los
gobiernos de muchos países y a las masas de todos los países
diciendo: ¿está ustedes de acuerdo que se castigue a nuestro
pueblo porque está intentando eliminar el hambre, las
enfermedades, las violaciones a los derechos humanos?
La respuesta de las masas trabajadoras del mundo no esta
pre-establecida, puede ser insuficiente, puede ser positiva.
Pero es una gran batalla que puede modificar toda la situación
política mundial. Permitiría algo más que la modificación de
las relaciones de fuerzas, permitiría la recuperación de la
esperanza de un mundo mejor.
Concretar
iniciativas comunes, nacionales e internacionales
Hay que enfocar esta problemática
alrededor de un enfoque metodológico fundamental de Marx: la
lucha por el socialismo no es la imposición dogmática y
sectaria de antemano de cualquier objetivo pre-establecido al
movimiento real de las masas. No es otra cosa que la expresión
conciente de ese movimiento que no hace más que desarrollar los
elementos constitutivos de la nueva sociedad que se desarrolla
ya en el seno de la vieja sociedad.
Ilustremos esa forma de enfocar
la problemática en relación a los problemas centrales del
mundo de hoy.
Las compañías transnacionales
dominan sectores cada vez más amplios del mercado mundial,
representan una forma cualitativamente superior de centralización
internacional del capital. Eso conduce a una internacionalización
cada vez más amplia de la lucha de clases.
Desafortunadamente, la burguesía
internacional tiene en ese sentido mucho más preparación y una
actuación mucho mas cohesionada que la clase trabajadora.
Fundamentalmente para la clase obrera y el movimiento obrero no
hay más que dos respuestas posibles a las actuaciones de las
transnacionales: o un repliegue hacia el proteccionismo y la
defensa de la llamada “competitividad nacional”, es decir,
la colaboración de clases con la patronal de cada país y el
gobierno de cada país, contra “los japoneses”, “los
alemanes”, “los mexicanos”, es decir por explotadores y
explotados todos juntos; o la solidaridad con los obreros de
todos los países contra todos los explotadores internacionales
e nacionales.
En el primer caso, se abre una
espiral inevitable de reducción de los salarios, de la protección
social, de las condiciones de trabajo en todo los países,
porque las transnacionales pueden siempre explotar un país con
salarios mas bajos, transferir la producción fabrica allá o
chantajear al movimiento obrero para hacer concesiones de
antemano.
En el segundo caso, hay al
menos la posibilidad de una espiral ascendente que
progresivamente aumente los salarios y la protección social de
los países menos desarrollados, reduciendo las diferencias de
bienestar de un modo positivo.
Esta segunda forma de
reaccionar no se opone de ninguna manera al desarrollo o a la
creación de empleos en los países del Tercer Mundo. Implica
si, otro modelo de de desarrollo, no orientado hacia las
exportaciones de bajos salarios, sino orientado hacia la
ampliación del mercado nacional, hacia la satisfacción de las
necesidades elementales del pueblo.
La lucha por esta respuesta
internacionalista a la ofensiva de las compañías
transnacionales, necesita desde hoy concretar iniciativas
comunes a nivel sindical, especialmente a nivel de delegados
combativos, críticos, independientes, de base, en todas las fábricas
del mundo trabajando para la misma transnacional o en la misma
rama industrial. Eso ya se inició de manera todavía muy
limitada pero real; el proyecto del Mercado Común
Norteamericano, la tentativa de transformar a México en una
vasta zona maquiladora, abre el camino a esta respuesta y esto
puede extenderse al conjunto de América Latina como respuesta a
la llamada “Iniciativa de las Américas”.
De otro lado, los llamados
nuevos movimientos sociales no hacen más que traducir la
angustia de amplias capas sociales abandonadas por la dinámica
del capitalismo tardío. Esta dinámica implica el peligro que
esas capas se despoliticen cada vez más y puedan constituir una
base social para ataques derechistas, incluidos neofascistas
contra las libertades democráticas. Toda política de
“contrato social”, de consenso seudo-realista con la burguesía
produce la impresión que no hay opciones políticas
fundamentales y fortalece ese peligro. Por eso es vital que el
movimiento obrero establezca una alianza estructural con los
marginados, organizándolos, facilitando su auto-organización,
defendiéndolos, instándolos a conquistar la dignidad y la
esperanza.
En todos estos terrenos hay que
operar de forma no dogmática, actuando sin la visión de poseer
la verdad absoluta, la respuesta definitiva. La construcción
del socialismo es un inmenso laboratorio de experiencias nuevas
todavía indefinidas. Se debe aprender de la práctica, en
primer lugar de la práctica de las mismas masas. Por esa razón,
debemos estar abiertos al diálogo y a la discusión fraternal
en el seno de toda la izquierda, defendiendo con firmeza lo que
son los principios de cada corriente, de cada organización.
En un sentido mas amplio
debemos darnos cuenta que lo que está en juego hoy en el mundo
es dramático: es literalmente la supervivencia física de la
Humanidad. El hambre, las epidemias de miseria, las centrales
nucleares, el deterioro del ambiente natural, todo es la
realidad del viejo y del nuevo desorden capitalista mundial.
Cada año en el Tercer Mundo 16
millones de niños mueren de hambre o de enfermedades
perfectamente controlables. Eso es igual al 25 por ciento de
todos los muertos de la Segunda Guerra Mundial., incluido
Auschwitz e Hiroshima. Cada cuatro años se vive una guerra
mundial contra los niños, esa es la realidad del imperialismo y
el capitalismo hoy.
Esta realidad inhumana produce
efectos ideológicos y políticos inhumanos. En el Nordeste de
Brasil, la falta de vitaminas en la comida de los pobres ha
producido una nueva capa de pigmeos, de hombres enanos que
tienen una altura física reducida en treinta centímetros en
promedio de los habitantes del país. Son ya millones, y la
clase dominante y sus agentes llama “hombres-ratas” a esos
desgraciados, con todo lo que implica esa deshumanización ideológica,
semejante a aquella que desarrollaron los nazis.
Con la restauración gradual
del capitalismo en Europa Oriental y en la ex URSS, toda esa
barbarie, todo ese retroceso social comienza a reproducirse. La
privatización de las grandes empresas en la ex URSS puede
producir entre 35 y 40 millones de desocupados y una baja de los
ingresos de los trabajadores del 40 por ciento.
El carácter
emancipador del socialismo
El socialismo puede recuperar
vigencia y credibilidad si está dispuesto a identificarse
totalmente con la lucha en contra de esas amenazas. Eso supone
tres condiciones:
La primera, es que bajo ninguna
condición se subordine el apoyo a las luchas sociales de las
masas a cualquier proyecto político, debemos de estar
incondicionalmente al lado de las masas en todas sus luchas.
La segunda condición, es la
propaganda y la educación entre las masas del objetivo global,
de un modelo de socialismo que integra las principales
experiencias y formas de conciencia nueva de las últimas décadas.
Debemos defender un modelo de
socialismo que sea totalmente emancipador en todos los terrenos
de la vida. Ese socialismo debe ser autogestionario, feminista,
ecologista, radical-pacifista, pluralista, extendiendo
cualitativamente la democracia, internacionalista,
pluripartidista. Pero es decisivo que sea emancipatorio para los
productores directos.
Esto es irrealizable sin la
desaparición progresiva del trabajo asalariado, sin la
desaparición progresiva de la división social del trabajo
entre aquellos y aquellas que producen y aquellos que
administran y acumulan. Los productores deben tener el poder
real de decidir como se produce, qué se produce, y como se
utiliza una parte mayor del producto social. Ese poder debe ser
conducido de manera plenamente democrática, es decir, debe
expresar las convicciones reales de las masas. Eso es
irrealizable sin pluralidad de partidos, sin posibilidad de las
masas de escoger entre diversas variantes concretas de los
objetivos centrales del plan económico y, además, esto es
irrealizable sin la reducción radical de la jornada y la semana
de trabajo.
Hay prácticamente un consenso
sobre el peso cada vez más amplio de la corrupción y de la
criminalización en la sociedad burguesa y en las sociedades
postcapitalistas en desaparición. Pero se debe entender que
ello está estructuralmente ligado al peso del dinero en la
sociedad. Es utópico, es irrealista, esperar la moralización
de la llamada sociedad civil y del Estado, sin la reducción
radical del peso del dinero y de las economías de mercado.
No se puede defender una visión
coherente del socialismo, sin oponerse de manera sistemática al
egoísmo y a la búsqueda de ganancias individuales a pesar de
todas las consecuencias para la sociedad en su conjunto, la
prioridad debe ser la solidaridad y la cooperación. Y eso
presupone, precisamente, una reducción decisiva del peso del
dinero en la sociedad.
La tercera condición, es el
rechazo total de parte de los socialistas-comunistas a toda práctica
sustituista, paternalista, verticalista. Nosotros debemos
reflejar y transmitir la principal contribución de Marx a la
política: la liberación de los trabajadores no puede ser más
que la obra de los trabajadores mismos. No puede ser obra de
Estados, gobiernos, partidos, dirigentes supuestamente
infalibles, o de expertos de cualquier tipo.
Todos estos órganos son útiles,
incluso indispensables en el camino de la emancipación, pero no
pueden hacer mas que ayudar a las masas a liberarse, no
sustituirlas. No es solamente inmoral, es impracticable intentar
asegurar la felicidad de la gente contra sus propias
convicciones. Esa es una de las principales lecciones que se
puede sacar del derrumbe de las dictaduras burocráticas en
Europa Oriental en la ex URSS.
La práctica de los socialistas
y comunistas debe ser totalmente conforme a sus principios. No
debemos justificar ninguna práctica alienadora u opresiva.
Debemos en la práctica realizar lo que Marx llamaba imperativo
categórico de luchar por derrotar las condiciones en las cuales
los seres humanos son enajenados y humillados. Si nuestra práctica
es conforme a ese imperativo, el socialismo recuperará una
formidable fuerza y legitimidad política que lo hará
invencible.
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