-
El reformismo ha dominado durante décadas el movimiento obrero.
¿Cómo se explica esta larga hegemonía? ¿Cómo puede
superarse con la actividad de los revolucionarios en la clase
obrera?
Para
comenzar, señalemos que la realidad de la lucha de clases en
los países avanzados capitalistas desde la I Guerra Mundial
–o desde 1905, si se prefiere- no puede reducirse puramente a
formulas como “la hegemonía del reformismo” o la contraria
“los trabajadores tienden espontáneamente a ser
revolucionarios pero los reformistas traidores les impiden hacer
la revolución”. Ambas proposiciones son analíticamente
absurdas.
La
primera implicaría simplemente que el socialismo es imposible,
la segunda una concepción demonológica de la historia. Ninguna
es capaz de dar cuenta de la realidad histórica. El hecho es
que durante los periodos de funcionamiento normal de la sociedad
burguesa, la clase obrera está bajo la hegemonía reformista.
Pero esta afirmación es poco más que un truismo. ¿Cómo podría
funcionar normalmente el capitalismo si la clase obrera
contestara su propia existencia cotidianamente mediante la acción
directa? Pero
el capitalismo tampoco ha funcionado “normalmente” durante
los últimos sesenta o setenta años. Los
periodos de normalidad han sido interrumpidos por el estallido
de crisis, por situaciones pre-revolucionarias o
revolucionarias. Es imposible para la clase obrera–por razones
económicas, sociales y psicológicas- vivir en constante estado
de ebullición revolucionaria. Esta sucesión de situaciones con
distintas condiciones plantea por lo tanto las mismas viejas
cuestiones sobre los límites temporales de las crisis
pre-revolucionarias y revolucionarias.
Y
ello nos retrotrae a una problemática trotskista fundamental:
la dirección revolucionaria; la relación entre la elevación
del nivel de conciencia del proletariado y su capacidad de
auto-organización; de la construcción de una dirección
revolucionaria. La coincidencia de todos estos factores pueden
conducir la crisis a una situación distinta de la del
“funcionamiento habitual” del capitalismo, que por si mismo
genera la hegemonía reformista. Para beneficio de todos
aquellos que puedan etiquetar de “revisionista” este análisis,
recordemos que este tipo de revisionismo tiene raíces
profundas, ya que el propio Lenin escribió que la clase obrera
es “naturalmente sindicalista” durante los períodos de
funcionamiento normal del capitalismo y “naturalmente
anti-capitalista” en situaciones pre-revolucionarias o
revolucionarias.
Los
reformistas mantendrán probablemente su mayoría en la clase
obrera durante los períodos “normales”, si esta expresión
tiene realmente sentido en la fase de decadencia del
capitalismo. En cualquier caso, es evidente que hay una
diferencia entre una situación en la que el disenso se limita a
la existencia de pequeños grupos aislados de revolucionarios de
una parte y los grandes aparatos de los partidos de masas de
otra, y las situaciones en las que los revolucionarios han hecho
ya la acumulación primitiva de fuerzas, incluso si todavía
representan una pequeña minoría de la clase. En este último
caso, la lucha para arrebatar la hegemonía sobre las masas a
los reformistas es mucho más fácil, una vez que ha estallado
la crisis revolucionaria.
La
debilidad de las organizaciones revolucionarias durante e
inmediatamente después de la II Guerra Mundial, por ejemplo,
fue tal que era imposible cualquier desafío real a los
reformistas. A los ojos de las masas, los revolucionarios no
representaban una alternativa creíble a los reformistas y a los
estalinistas. La correlación de fuerzas tenía que cambiar
antes. Pero una organización revolucionaria que tenga no unos
cuantos cientos de cuadros, sino una decena de miles o más
puede, de manera realista, tener esperanzas en ganar la batalla
a los aparatos reformistas una vez que aparezcan las condiciones
favorables para ello. La composición social de la organización
y su capacidad para reclutar un número suficiente de cuadros
obreros que sean reconocidos como dirigentes auténticos, al
menos potencialmente, de su clase en las empresas son también
elementos decisivos que pueden estudiarse en detalle en una
serie de casos específicos: el Partido Bolchevique entre 1912 y
1914, el ala izquierda del Partido Socialdemócrata
Independiente (USPD) en Alemania entre 1917 y 1920, la izquierda
revolucionaria en España entre 1931 y 1936.
A
ello podemos añadir que la desaparición de una tradición
anti-capitalista es un fenómeno relativamente reciente. Un
hecho que esta ligado a la transformación de los Partidos
Comunistas en los países industrialmente avanzados al final de
la II Guerra Mundial y, especialmente, al final de la Guerra Fría.
La educación anti-capitalista continuó incluso en los Frentes
Populares, con una aplicación de la política estalinista a dos
niveles, por ponerlo de alguna manera. Hoy, el reformismo
socialdemócrata y estalinista contribuyen para mantener a la
clase obrera prisionera de las ideologías burguesas y pequeño-burguesas.
Pero cualquier visión de la lucha de clases que se fije
exclusivamente en este aspecto de la realidad subestimará el
impulso anti-capitalista, casi estructural, inherente en la
clase obrera en cualquier fase prolongada de inestabilidad.
Que
la clase obrera es espontáneamente anti-capitalista durante los
períodos pre-revolucionarios ha sido confirmado país tras país
de una manera significativa: Alemania 1918-1923, Italia 1917-20,
Francia 1934,36, España 1931-36, Francia de nuevo en Mayo del
68, Italia de nuevo en 1969-70 y 1975-76, España de nuevo en
1975-76, Portugal en 1975 y la lista puede continuar..
Por
otra parte, estas explosiones de actividad (y conciencia) espontáneamente
anti-capitalista tienen efectos menos duraderos en la conciencia
de clase y permiten a los reformistas recuperar su control de
manera relativamente rápida a menos que sean aprovechados por
poderosas organizaciones de masas anti-capitalistas, como los
Partidos Comunistas de los años 20, o por una vanguardia obrera
significativa en constante alerta frente a los aparatos burocráticos.
Otro
fenómeno, que se suele confundir con el anterior, es la
estratificación de la clase obrera y la relación entre esta
estratificación y los distintos niveles de conciencia en el
proletariado. Lo que puede aparecer como un reforzamiento numérico
de los reformistas al comienzo de una situación
pre-revolucionaria o revolucionaria es sobre todo consecuencia
de la extensión de la politización de sectores que habían
sido hasta entonces pasivos políticamente. Este tipo de
crecimiento de las fuerzas reformistas no contradice por lo
tanto la radicalización paralela de de los sectores mas activos
que tienen una mayor experiencia en la actividad política.
Tomemos
el ejemplo de Marzo y Abril de 1917 en Rusia. El enorme aumento
del apoyo a los mencheviques y Social Revolucionarios durante
esos meses no fue en ningún caso el resultado de un declive en
el apoyo a los Bolcheviques entre los sectores más conscientes
del proletariado. Por el contrario, el peso de los Bolcheviques
en la vanguardia de la clase, creció. Pero los reformistas crecían
aun más deprisa, porque cientos de miles de obreros que antes
no habían sido políticamente activos entraban en el movimiento
por primera vez. Y, por supuesto, se orientaban en principio
hacia las fuerzas más moderadas.
-
¿Implica este análisis de la conciencia de clase del
proletariado que la política del Frente Único obrero debe ser
una línea estratégica fundamental de los revolucionarios?
Debemos
distinguir dos objetivos políticos distintos o, si se quiere,
socio-políticos. La clase obrera no puede acabar con el
capitalismo, ejercer el poder y comenzar a construir una
sociedad sin clases a menos que alcance un nivel de unidad de su
fuerza social y un nivel de politización y conciencia
cualitativamente más alto que el que existe en el capitalismo
en épocas “normales”. De hecho, solo a través de esa
unificación y politización el conjunto de la clase puede
constituirse en “clase para si”, mas allá de las
diferencias de oficio, nivel de conocimientos, origen nacional o
regional, raza, sexo, edad, etc…
La
mayoría de los trabajadores adquiere la conciencia de clase, en
el sentido mas profundo del término, solo a través de la
experiencia de este tipo de unidad en la lucha. El partido
revolucionario cumple un papel mediador esencial en todo ello.
Pero su propia actividad no puede sustituir esta experiencia de
lucha unitaria en la mayoría de los trabajadores. El partido
por si mismo no puede ser el origen de donde surja esta
conciencia de clase en millones de asalariados.
El
marco organizativo mas conveniente para esta unificación del
frente proletario es un sistema de consejos obreros que pueda
agrupar, federar y centralizar a todos los trabajadores y
trabajadoras, organizados o no, por encima de su afiliación política
o creencias filosóficas. Ningún sindicato o frente único de
partidos ha sido capaz de alcanzar este tipo de unidad, ni nunca
lo será.
Por
esta razón, los marxistas revolucionarios siempre han urgido la
unificación de las reivindicaciones y luchas de todos los
trabajadores y trabajadoras, no solo económica, sino también
política o cultural. Y se enfrentan a cualquier maniobra que
intente dividir a la clase. Actúan como el sector más decidido
en la defensa de la unidad de las movilizaciones y luchas. Y
ello requiere que se preste una especial atención a los
sectores de la clase más sobre-explotados y oprimidos. Porque
sino, esta unificación no es posible.
La
política de unificación de frente proletario es, sin lugar a
dudas, un objetivo estratégico permanente de los marxistas
revolucionarios.
Esta
problemática de la unificación y politización del conjunto
del proletariado es distinta, sin embargo, de la cuestión de
una propuesta concreta de frente único dirigida a las
diferentes organizaciones y corrientes de la clase obrera. No
entraré a discutir los objetivos, orígenes históricos o papel
particular que juegan esos partidos y organizaciones. Pero si me
gustaría examinar la articulación precisa entre la política
de frente único en la medida que concierne a dos partidos
tradicionales del movimiento obrero – los partidos comunistas
y socialistas- y la estrategia de unificación y politización
marxista del conjunto del proletariado.
Hay
toda una serie de razones por las que estos dos conjuntos de
problemas no son idénticos. Primero, los partidos socialistas y
comunistas no ejercen su influencia sobre el conjunto de la
clase obrera. En segundo lugar, en el proletariado hay capas de
vanguardia, algunas organizadas y otras no, que han sacado sus
conclusiones de anteriores traiciones de la socialdemocracia y
el estalinismo y que desconfían profundamente de los aparatos
burocráticos de esas corrientes. En tercer lugar, las
direcciones burocráticas socialistas y comunistas en la clase
obrera mantienen orientaciones políticas que con frecuencia
entran en conflicto con los intereses inmediatos –para no
hablar de los intereses históricos- del proletariado. Es por lo
tanto perfectamente posible que lleguen a acuerdos de unidad
cuyo objetivo sea desorientar, frenar o fragmentar la movilización
de los trabajadores. Y ello especialmente en una situación
pre-revolucionaria o revolucionaria, cuando estos aparatos de
manera sistemática intentan impedir la toma del poder por el
proletariado.
Pero
aunque estos dos conjuntos de problemas no son idénticos,
tampoco pueden separarse por completo. En todos los países en
los que el movimiento obrero organizado tiene una larga tradición,
una parte significativa de la clase sigue manifestando algún
nivel de confianza en los partidos socialistas y comunistas, no
solo electoralmente, sino también política y
organizativamente. Es por lo tanto imposible realizar ningún
progreso real en la unificación del frente proletario sin tomar
en cuenta esta confianza relativa o asumiendo que los
trabajadores socialistas y comunistas se sumarán al frente sin
tener en cuenta las reacciones y actitudes de sus dirigentes.
De
ello se concluye que una política de frente único dirigida a
los partidos socialistas y comunistas es un componente táctico
de la orientación general estratégica. Pero eso es lo que es,
un componente, y no un sustituto de esa orientación. Y ello es
especialmente verdad dado que la máxima unificación y
politización del conjunto del proletariado requiere tanto el
compromiso de los trabajadores socialistas y comunistas y una
ruptura de la gran mayoría de estos trabajadores con las
opciones de colaboración de clases que mantienen los aparatos
burocráticos.
Es
interesante subrayar que la reducción simplista de la
estrategia de unificación de las fuerzas proletarias y la
elevación máxima de la conciencia de clase con la política de
frente único con los partidos socialistas y comunistas es con
frecuencia paralela a la ilusión espontaneista de que la
formación de un frente único es suficiente para que los
obreros rompan con los reformistas en virtud de aliento que
resulta de la unidad de la lucha. Aún más ilusoria y
espontaneista es la noción que la experiencia de un “gobierno
sin ministros capitalistas” sería suficiente para iniciar el
camino de una ruptura de las masas trabajadoras con el
reformismo y la formación de un auténtico “gobierno
obrero” anticapitalista.
La
experiencia histórica demuestra que esas nociones son falsas.
Basta con recordar, por ejemplo, que nada menos que después de
seis gobiernos laboristas “puros” en Gran Bretaña –y con
ello me refiero a gobiernos sin ministros burgueses- el aparato
reformista seguía manteniendo su control sobre la mayoría de
la clase obrera, incluso a pesar de que ese aparato estaba
integrado en el estado burgués y la sociedad burguesa más
profundamente que nunca e incluso cuando defiende y practica una
política de estrecha colaboración de clases con el gran
capital.
La
táctica de frente único es útil a la estrategia de unificación
del proletariado y elevación de su conciencia de clase solo si
se dan una serie de condiciones.
En
primer lugar, las propuestas de frente único dirigidas a los
partidos comunistas y socialistas deben centrarse en los temas
de más actualidad de la lucha de clases y deben exigir a las
direcciones de esos partidos la unidad para luchar por objetivos
específicos que articulen los intereses de los trabajadores en
esos temas. Deben por lo tanto tener una faceta programática,
porque sino pueden, incluso en condiciones revolucionarias,
facilitar maniobras contra la clase obrera.
En
segundo lugar, las propuestas deben formularse de manera que
sean creíbles para las amplias masas, en un momento en el que
sea posible ponerlas en práctica y de manera que tengan en
cuenta el nivel de conciencia de los trabajadores que siguen a
esos partidos. En otras palabras, una de las funciones
esenciales de estas propuestas es la acción práctica, o al
menos ejercer tal presión en la base de esos partidos que
tengan que pagar un alto precio por su negativa a comprometerse
en la unidad de acción.
En
tercer lugar, bien a través de la consecución del frente único
(la variable mas favorable, por supuesto) o a través de la
presión acumulada en las bases a favor del frente único, las
propuestas deben desencadenar un proceso de movilización, de
lucha, y llegado un punto, de auto-organización de las masas
bien por la ampliación del frente o por la lucha por
conseguirlo. Este proceso, que esta en relación con el papel
creciente del partido revolucionario, acentúa la fuerza
objetiva del proletariado, aumenta su auto-confianza, eleva el
nivel de conciencia, lleva a sectores masivos de la clase obrera
a romper con la ideología y la estrategia reformista y alimenta
la capacidad de los trabajadores para ir en la acción más allá
del control de los aparatos burocráticos.
En
cuarto lugar, para facilitar todo este proceso, el partido
revolucionario tiene que acompañar estas propuestas de frente
único con advertencias a los trabajadores sobre la verdadera
naturaleza y los objetivos de las direcciones de los partidos
socialistas y comunistas. No debe alimentarse ilusiones de que
es posible cambiar el carácter de estos partidos a través de
las políticas de frente único. No debe confiarse en esas
direcciones (o en gobiernos compuestos por ellas) para llevar a
cabo los objetivos del frente único y defender los intereses
del proletariado. El llamamiento al frente único debe de estar
acompañado de la preparación para y el llamamiento a los
trabajadores para que tomen la iniciativa ellos mismos y
solucionen sus problemas a través de su movilización, su lucha
y la autoorganización al nivel más alto posible. El frente único
debe facilitar y estimular estos distintos procesos y no puede
ser su sustituto.
Quiero
acabar este punto señalando los esfuerzos de Trotsky para
formular una solución correcta a estos problemas. Puede
seguirse en prácticamente todos sus escritos, de 1905-06 a su
intervención en las discusiones de la Internacional Comunista
sobre el frente único; de sus apasionados avisos en Alemania en
1923 y de nuevo en 1930-33 a sus batallas sobre Francia en
1934-36; y constituye una de sus más importantes contribuciones
al marxismo. Más aún, sería un error creer que esta problemática
solo es importante para los países imperialistas. Por el
contrario, la unificación socio-política del proletariado es
igualmente esencial en los países subdesarrollados y es un
elemento central en la estrategia de revolución permanente por
esa misma razón. Y en no pocos de los países de América
Latina y el Subcontinente Indio, la cuestión de cómo organizar
frentes únicos con los trabajadores de los partidos reformistas
es una cuestión central.
-
¿No es muy probable que en los países con una estructura
estable de democracia burguesa sea necesario pasar por un período
de lo que la Internacional Comunista llamaba en sus primero
tiempos un “gobierno obrero”, en el sentido fuerte o débil
de este concepto? En otras palabras, un gobierno formado por
partidos obreros, posiblemente incluso incluyendo algún partido
pequeño-burgués, pero con un programa que reclame la ruptura
con el capitalismo. ¿No es probable que el movimiento obrero
tenga que pasar por la experiencia de este tipo de gobiernos
antes de que surjan las primeras instituciones de dualidad de
poder? Más aún, ¿No es también probable que haya diputados
pro-soviéticos en el parlamento antes de que se generalicen los
órganos de dualidad de poder? ¿Es concebible que se desarrolle
una situación revolucionaria sin la elección al parlamento de
revolucionarios?
Me
parece que estas mezclando demasiados elementos especulativos en
lo que son problemas mucho más definidos. Prefiero abordar este
problema de otra manera. Primero, en los países con una fuerte
tradición democrática-burguesa –y más aun en los países
imperialistas que han salido de dictaduras en los que las
ilusiones democrático-burguesas tienden a ser mayores que en
los países con tradiciones democráticas arraigadas- es
inconcebible que se desarrollen los consejos obreros a menos que
la clase obrera experimente formas más elevadas de democracia
que la democracia burguesa. Los trabajadores deben de poder
comparar los meritos de ambas en la práctica.
Segundo,
estoy de acuerdo de que es poco probable que se desarrolle la
lucha por el poder soviético sin que una corriente marxista
revolucionaria haya ganado suficiente fuerza en la clase obrera
como para estar representada en el Parlamento. Y tercero, es
inconcebible que surja una situación de doble poder en un país
con una larga tradición de movimiento obrero sin que esa
situación perturbe el control total de las burocracias
colaboracionistas de clase y reformistas en los grandes partidos
obreros.
Estas
tres proposiciones me parecen casi evidentes. Pero deducir otras
conclusiones de ellas sería plantear hipótesis especulativas
tan concretas que serian muy difícil de contestar con un si o
un no. Para dar solo un ejemplo. He dicho que por lo general una
situación de doble poder implicaría la existencia de una
corriente socialista y revolucionaria lo suficientemente fuerte
como para obtener representación parlamentaria, si hubiera
elecciones parlamentarias en ese momento. Pero como muchos
parlamentos se eligen por períodos de cuatro o cinco años, es
posible que haya grandes crisis entre elecciones que cambien la
correlación de fuerzas drásticamente en el seno de la clase
obrera. En ese caso, sino se celebran elecciones en ese período,
se producirá un seria diferencia entre la composición del
parlamento y la correlación real de fuerzas, especialmente en
los sindicatos, en los consejos obreros (si existe una citación
de dualidad de poder) y otras formas de representación de la
clase obrera.
Por
lo que se refiere a la cuestión del Gobierno de los
Trabajadores, la resolución de la Internacional Comunista sobre
este tema describía distintas variables posibles. Una de ellas
implica no solo una crisis en la dirección tradiciones,
colaboracionista de clase, de los partidos obreros de masas,
sino también su sustitución por corrientes más a la izquierda
o escisiones masivas y la creación de nuevos partidos como
ocurrió con el USPD en Alemania de los años 20. Pero esta no
es la única forma en la que puede ocurrir un tipo de crisis
semejante. Es
el escenario más favorable, por supuesto, pero no el único
posible. De
hecho si observamos lo que ha ocurrido desde 1920-21 –y hemos
visto desde entonces crisis con irrupción del movimiento de
masas muy importantes, debemos concluir a la luz de la
experiencia histórica que el caso del USPD fue bastante
excepcional. No hubo, por ejemplo, una escisión similar en el
PSOE entre 1934 y 1936, con la excepción de las Juventudes, y
acabó bastante mal porque fueron los estalinistas los que se
hicieron con el control del sector escindido. En los años 40,
mucha gente, incluidos los trotskistas, esperaban o confiaban
que el ala izquierda Bevanista del Partido Laborista británico
se hiciera con el control de la dirección. Pero no ocurrió así
ni hubo ninguna escisión del ala izquierda. Se podrían dar
otros ejemplos. De hecho, cuando mas radicales han sido los
acontecimientos más se han producido este tipo de desarrollos
–como en el caso del PSIUP en Italia o el PSU en Francia en
los años 60- pero ninguno de ellos comparables al caso del
USPD.
Personalmente
estoy convencido que la dirección establecida de los partidos
socialistas y comunistas de Europa Occidental no formaran
gobiernos de los trabajadores del tipo del que estamos hablando.
Lo más que harán es formar gobiernos burgueses-obreros, la
segunda categoría de las analizadas por la Internacional
Comunista. Pero eso es algo completamente diferente: no se trata
de gobiernos que comiencen a romper con la burguesía.
-
Pero esos gobiernos pueden proclamar que quieren romper con los
capitalistas, aunque realmente no lo hagan.
Eso
es algo muy diferente. La diferencia esta ya señalada en la
resolución de la Internacional Comunista y ha sido confirmada
especialmente por la experiencia histórica. Ha habido hasta los
años 80 6 o 7 gobiernos laboristas de ese tipo.
-
Pero ninguno de ellos con un programa que defendiera la ruptura
con el capitalismo.
Es
verdad. Pero lo que quiero subrayar es que en un futuro
previsible es que no habrá en Europa Occidental alianzas de
partidos socialistas o comunistas que vayan más allá del
programa, por poner un ejemplo, de la Unión de la Izquierda en
Francia. Y en ningún caso pretendió una ruptura con el
capitalismo. En el mejor de los casos –e incluso esto es muy
hipotético- veremos programas similares a los del Partido
Laborista británico en 1945, que era un programa reformista
radical, o del Partido Socialista austriaco, que incluía la
nacionalización de sectores importantes de la economía
nacional.
Ninguno
de estos programas es en manera alguna anticapitalista. Ninguno
puede compararse al programa de la Unidad Popular chilena.
Incluso en ese caso, el carácter anticapitalista del programa
era dudoso, pero la dinámica que desató fue mucho más
radical. En Europa Occidental, sin embargo, con los partidos
tradicionales de la clase obrera que existen, es difícil
imaginar desarrollos que vayan más allá de la Unión de
Izquierdas francesa o el Partido Laborista británico de 1945.
-
¿Sería correcto entonces concluir que no consideras muy
importante plantear reivindicaciones programáticas o consignas
en relación con ese tipo de gobiernos burgueses-obreros exigiéndoles
que rompan con el capitalismo? ¿Estas diciendo que sería
imposible imponer medidas anticapitalistas a esos gobiernos?
De
nuevo estas especulando. Nadie puede prever la forma exacta en
la que se producirán situaciones revolucionarias en Europa
Occidental. Es imposible determinar un modelo que se puede
aplicar a todos los casos. Lo que estas describiendo no es sino
una variante de muchas. No la descarto por completo y estoy por
supuesto de acuerdo totalmente de que si hay un gobierno
compuesto exclusivamente por representantes del movimiento
obrero, los revolucionarios deben plantear reivindicaciones y
consignas exigiendo que ese gobierno rompa con el capitalismo.
Pero eso es muy distinto de decir que esta será la manera
predominante por la que la conciencia de la clase obrera se
elevará a niveles cualitativamente superiores. También puede
ocurrir como resultado de una huelga general, de una serie de
luchas directas, de una confrontación con la reacción o el
aparato de estado. Hay simplemente demasiadas variables como
para poder subsumirlas en un solo esquema.
De
nuevo, ello es obvio después de lo que ha ocurrido en Europa en
los últimos cuarenta años. En Francia, la crisis estalló en
1936 como consecuencia de una combinación de la victoria
electoral del Frente Popular y una huelga general; en España,
de la confrontación directa con los fascistas; en Portugal, del
derrumbe por una conspiración militar de un gobierno
bonapartista, semi-fascista, senil; mas recientemente, en España
de nuevo, fue el resultado del retraso de la burguesía a la
hora de deshacerse de una dictadura que en los años 70 ya no
correspondía a la correlación real de fuerzas. Ya
tenemos cuatro variantes.
El
problema más general –expuesto en sus rasgos generales por
Trotsky e insuficientemente desarrollado por los marxistas
revolucionarios durante un largo período- es este: en un país
capitalista avanzado con una estructura política muy
sofisticada y un sistema social complejo, en el que haya una
larga tradición conservadora en el movimiento obrero, es
inconcebible que los trabajadores opten directamente por
sistemas de organización soviéticas y, más tarde, por formas
de poder soviéticos sin pasar por nuevas experiencias muy
profundas de lucha y nuevos avances de su conciencia. No se
trata simplemente de construir un partido revolucionario
independientemente de lo que ocurre en la clase obrera: es que
no se puede dar un giro revolucionario con una clase obrera
predominantemente reformista. Es simplemente imposible. Sería
un esquema burocrático, aventurero e idealista.
La
cuestión de que tipo de táctica hay que adoptar en relación
con un gobierno burgues-obrero debe ser discutida con un espíritu
similar. El arma táctica esencial para ganar a la mayoría de
las masas cuando hay un gobierno de ese tipo es el Frente Unico,
bajo ciertas condiciones políticas cruciales. Pero en la
situación muy compleja y delicada de un gobierno de izquierdas
–un gobierno que las masas identifiquen como de las
organizaciones obreras- esta táctica debe basarse en una
actitud cuidadosamente equilibrada hacia el gobierno. (No estoy
hablando aquí de un gobierno de “compromiso histórico”, es
decir el típico gobierno de coalición de los grandes partidos
burgueses y reformistas). La actitud de los marxistas
revolucionarios no debe ser esquemática, o limitarse a
continuos llamamientos a derrocar el gobierno –que sonarían a
oídos de las masas extrañamente similares a los de la derecha
y extrema derecha. No estoy diciendo que nuestra actitud debe
ser de apoyo: no estamos por ese tipo de gobierno,
evidentemente, sino porque sea reemplazado por un auténtico
gobierno de los trabajadores. En cualquier caso, se trata de un
gobierno burgués-obrero, visto por las masas como tal. Sería
sectario y completamente improductivo adoptar hacia él la misma
actitud que hacia un gobierno burgués puro y duro o un gobierno
de Frente Popular.
Solo
cambiaríamos nuestra posición si el gobierno comienza a
reprimir al movimiento de masas. Esa fue la posición de Lenin
en abril de 1917, como puede verse leyendo sus escritos de marzo
a junio de 1917. Por ejemplo: “No defendemos aun el
derrocamiento de este gobierno, porque es apoyado por la mayoría
de los trabajadores”. Solo cambió su actitud después de la
represión que siguió a las Jornadas de Julio. Mientras que un
gobierno de este tipo no reprima, debemos adoptar una actitud de
“tolerancia crítica”, de propaganda de oposición pedagógica,
para permitir que las masas aprendan mediante su experiencia.
Ello significa en concreto plantear una serie de
reivindicaciones que corresponden a dos criterios básicos.
Primero,
es necesario profundizar la ruptura con la burguesía y exigir
la dimisión de los dos o tres ministros burgueses probablemente
incrustados en el gobierno. Por
supuesto, ello no cambiará mucho la naturaleza del gobierno:
seguirá siendo un gobierno burgués-obrero incluso sin esos
ministros. La
experiencia de España en 1936 y de Chile han puesto en
evidencia ambos la necesidad de una purga y eliminación
profunda de todo el aparato represivo de la burguesía, la
disolución de los cuerpos represivos y el fin de los jueces de
por vida. Además, están todas las reivindicaciones económicas
de las masas relacionadas con las nacionalizaciones bajo control
obrero, que expresan la lógica de la dualidad de poder.
La
segunda categoría básica de reivindicaciones que hay dirigir
al gobierno tienen que ver con la respuesta a los inevitables
actos de la burguesía de sabotaje y desorganización económica.
En este tema, la orientación política debe ser la de respuesta
inmediata a las provocaciones: ocupación y toma de las
empresas, seguida de su coordinación; elaboración de un plan
obrero de reconversión y revitalización económica; extensión
y generalización del control obrero en la orientación de la
auto-gestión; la gestión de todo un conjunto de áreas de la
vida social por los sectores directamente implicados (transporte
público, comercio callejero; guarderías, universidades,
tierras agrícolas..). Numerosos sectores evolucionaran desde el
reformismo hacia el centrismo de izquierdas y el marxismo
revolucionario discutiendo estos problemas en el marco de la
democracia proletaria y a través de su propia experiencia práctica,
protegidos por la defensa intransigente de la libertad de acción
y movilización de las masas, incluso cuando ello “moleste”
a los planes del gobierno o choque con los de los reformistas.
Esta ruptura con el reformismo será ayudada por el ejemplo, la
consolidación y la centralización de varías experiencias de
autoorganización. Pero en nada ayudan, sin embargo, los excesos
sectarios, los insultos del tipo “social-fascistas”, o
ignorar la especial sensibilidad de quienes aun confían en los
reformistas. La política de ganar a las masas a través del
frente único esta íntimamente unida a la afirmación., extensión
y generalización de la dualidad de poder, hasta llegar e
incluir la consolidación del poder obrero con la insurrección.
El
resultado objetivo de las políticas de los reformistas son las
siguientes: creciente impotencia del gobierno de izquierdas;
incapacidad para cumplir sus promesas; desilusión creciente de
las masas y la creación de un terreno fértil para la
desmovilización y desmoralización y la vuelta poderosa de la
reacción, a través de la violencia o incluso de medios legales
y electorales. Ello confirma que no hay alternativa: o se
profundiza la movilización de las masas hasta la victoria o su
declive y derrota es inevitable. En este tipo de períodos hay
una carrera entre dos movimientos, uno que lleva al
desbordamiento de los aparatos reformistas y otro a la retirada
de las masas como consecuencia de la bancarrota de los
reformistas. El primero se impondrá solo si la correlación de
fuerzas social y política cuenta al menos con algunos elementos
favorables: si el movimiento de masas no se estanca y crece; si
la autoorganización se refuerza y extiende, en vez de
desaparecer rápidamente; y si los revolucionarios tienen éxito
y superan su debilidad y aislamiento y establecen miles de
nuevos lazos con las masas gracias a la extensión y
generalización de una auténtica y viva experiencia de frente
único ( y no meramente una caricatura propagandística que
consista en exigir a los reformistas que respondan para
desenmascarar lo que dicen). Este camino no es una garantía de
victoria, pero es la única oportunidad que hay.
|