Sumario

Biografía
Escritos
Sobre la vida y la obra
Debates, entrevistas, etc...
Multimedia
Contacto

Nederlands
Deutsch
English
Français
El papel del mercado: el debate Mandel - Nove*
Ernest Mandel - Archivo Internet
Catherine Samary Imprimer
*/(Esta es la tercera parte del artículo de Caterine Samary titulado Las Concepciones de Ernest Mandel sobre la cuestión de la Transición al Socialismo. Artículo cogido de la revista del Grupo de Estudios Socialismo para el Mañana, en http://guesde.free.fr/). Traducido por Faustino Eguberri para VIENTO SUR, 11 de febrero de 2001  

En el debate con Nove en la New Left Review/26, Mandel comenzó su demostración presentando como “el objetivo de la política marxista –el socialismo sin producción mercantil”. ¿CÓmo deberían medirse entonces la producción y los costes- el trabajo “socialmente necesario”-?. La respuesta implícita de Mandel es que esto puede hacerse “directamente”. Lo cual significaría la organización directa de la producción y de la distribución en términos de valores de uso o de trabajo concreto –es decir sin moneda ni precios. 

¿Es interesante señalar cual era la idea de Trotsky sobre tal tentativa de planificación directa y global del conjunto de la producción y de la distribución?. En “La economía soviética en peligro”, escribió que no existe “experto universal” capaz de “concebir un plan económico exhaustivo sin huecos, comenzando por el número de acres de trigo y llegando hasta el último botón para chaquetas” /27. Esto no es un juicio a corto plazo, ligado a la penuria relativa o al subdesarrollo de las fuerzas productivas; no se trata tampoco únicamente de su crítica de la tentativa estalinista de planificar todo en detalle, basada en el análisis de los comportamientos burocráticos. Su juicio se apoya en la imposibilidad de tal proyecto y en la necesidad para una economía planificada de reaccionar a la expresión de la demanda en el mercado. 

Se puede incluso suponer que la complejidad aumentaría aún más con el desarrollo. La socialización de la economía no elimina tampoco la necesidad de una medida económica en términos de precios /28. De hecho, el argumento de Trotsky es reforzado por los más recientes avances de la ciencia- principalmente la teoría del caos que demuestra que incluso si se conocieran las leyes del desarrollo planificado, el resultado puede seguir siendo empredecible. 

Trotsky subrayó también hasta qué punto la burocracia, concentrando el poder de decisión, “impidió ella misma la intervención de millones de interesados” . Esto plantea otro aspecto del problema: la posibilidad de opciones alternativas. Opuso a la erradicacion estalinista del mercado la concepción de un “plan controlado y realizado, en una parte considerable, por el mercado”. Una “unidad monetaria sólida” era para él indispensable para evitar el caos. En las condiciones concretas de la transición en la Unión Soviética, Trotsky consideraba que “solo a través de la interacción de estos tres elementos- la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética –era posible dar una orientación correcta a la economía del período de transición”/29. 

Mandel adopta un planteamiento bastante diferente en su debate con Nove. El ejemplo siguiente muestra hasta qué punto concibe la democracia directa como un sustituto del mercado en el economía socializada, y como un mecanismo general que permite resolver la menor cuestión –hasta el color y el número de pares de zapatos que pueden asignarse a cada persona. 

“En las fábricas que producen bienes de consumo, la determinación de los productos se haría en función de consultas anteriores entre los consejos obreros, y conferencias de consumidores democráticamente elegidas por la masa de los ciudadanos. Diferentes modelos –por ejemplo, diferentes formas de calzado- les serían presentados, que serían probados por los consumidores, criticados y reemplazados por otros. Salas de presentación, prospectos de publicidad serían los principales instrumentos de este tipo de test. Este último podría jugar el papel de un “referéndum” –un consumidor, con derecho a recibir seis pares de zapatos por año, elegiría seis modelos sobre el prospecto entre cien o doscientas opciones” /30. 

Este tipo de procedimiento se supone que determina las relaciones de producción y de la distribución entre las fábricas, de un lado y del otro entre fábricas y consumidores en el sector socializado: “el intercambio de mercancías en moneda estaría esencialmente limitado a las relaciones entre los sectores privados y cooperativos de un lado y del otro entre los consumidores individuales y el sector socializado” /31. 

Incluso si se aceptan los argumentos de Mandel sobre el despilfarro considerable que reina en las actuales tiendas capitalistas, sobre el hecho también de que nadie debe decidir de todo y que hay un número sustancial de productos para los que las cantidades y las normas de calidad pueden ser planificados por adelantado, tendríamos que una amplia proporción de nuestro tiempo cotidiano se desarrollaría en reuniones en lugar de hacer compras, consultar un catálogo o un ordenador. 

El argumento no es convincente: 

  • Lo peor es que debilita la defensa fundamental y convincente que Mandel hace sobre la necesidad de democracia directa. Demasiado numerosas reuniones y votaciones sobre detalles mataría la participación en las decisiones colectivas realmente necesarias sobre las opciones clave. 
  • El recurso al dinero y a relaciones de compra/venta puede ser puesto al servicio de la eficacia del plan. Puede ser una herramienta utilizada para su elaboración, su realización, un medio de verificar si satisface bien las necesidades de los consumidores o de las empresas socializadas con necesidad de bienes semiacabados para su propia producción. Esto dejaría abierta la posibilidad de elegir otro proveedor si no se está satisfecho. 
  • Es cierto por el contrario (como se ve ha en las fábricas capitalistas existentes) que existe una enorme posibilidad de utilizar nuevas tecnologías y ordenadores para adaptar la producción a los pedidos directos, reduciendo así los estocks. Numerosas opciones podrían así ser tomadas a domicilio (como ocurre a menudo a través de catálogos que pueden ser informatizados con esbozos individuales). Es igualmente posible ya pagar por ordenador, pero sigue siendo un pago. 
  • Es igualmente cierto que los ordenadores pueden también aumentar enormemente las posibilidades de tomas de decisiones descentralizadas compatibles con una medida central de los recursos y de las necesidades. Pero eso no señala siempre cómo medir la producción (¿en tiempo de trabajo directo?) 

El punto de vista de Mandel está claramente ligado a su rechazo radical de la alienación a través de las relaciones mercantiles en el mercado capitalista. Pero, ¿significa la crítica del mercado capitalista y de la alienación rechazar el dinero y los precios, o más bien rechazar las relaciones sociales que se camuflan tras ellos?. ¿Se trata de relaciones sociales opresoras ligadas a la existencia de un mercado o más bien a su dictadura articulada en un mercado de trabajo y un mercado de capital –es decir criterios específicos de clase que determinan la medida de los costes y de las necesidades? 

Diane Elson, criticando la definición del socialismo de Mandel “en términos de ausencia de producción mercantil”, subraya que : “la mercancía en los escritos de Marx no es fundamentalmente un bien que es comprado y vendido por dinero... La estructura de los textos de Marx en su conjunto sugiere algo menos banal. El estatuto problemático de las mercancías deriva no del simple hecho de venderlas y comprarlas sino de hacerlo bajo condiciones que les permiten adquirir una vida independiente. Es esa independencia de las mercancías lo que permite a la relación social entre los hombres tomar la forma fantástica de relación entre cosas: “las personas existen unas para las otras sencillamente como representantes –y consiguientemente como propietarias- de mercancías”” /32. 

He aquí pues lo que está en juego: “esta interpretación deja abierta la posibilidad de crear una sociedad en la que los bienes serían cambiados por dinero pero en la que no tendrían una vida independiente, en la que nadie existiría para el otro simplemente como representante de mercancías”. Elson analiza esta posibilidad, “que requiere no la abolición sino la socialización de la compra y de la venta”, en su muy estimulante texto /33. 

Discutiendo sobre el mismo tema en Plan, Mercado y Democracia, he citado aBettelheim, que subrayaba muy justamente en Calculo Económico y Formas de Propiedad que las sociedades de transición no habían desarrollado aún “los conceptos adecuados para medir el trabajo social, que no se resume en la dimensión del trabajo físico” /34. Decía que “el equivalente socialista del “trabajo socialmente necesario” ligado al “efecto socialmente útil” no ha sido encontrado”. Los precios en una sociedad de transición recubrirán a la vez la forma en que son medidos las necesidades y los costes y las relaciones sociales –de una forma diferente pero análoga a lo que recubre la ley del valor. En el mundo capitalista, el “trabajo abstracto” predomina pues es la sustancia del valor quien toma la forma del dinero y porque no hay capitalismo si el dinero no puede hacer más dinero. Así, “el trabajo concreto” y los valores de uso son categorías subordinadas. Lo opuesto debería ser la regla en las sociedades de transición; pero el espacio y el tiempo para un juicio racional debería también ser ampliado, haciendo posible una planificación adecuada y el control social. 

Sugería en ese texto, la siguiente línea directriz para una elaboración necesaria sobre estas cuestiones: “Igual que (…) la mercancía incorporaba un triple juicio sobre los costes, las necesidades y las relaciones sociales, es preciso un control social en estos tres terrenos –debiendo ser subordinadas las técnicas de registro monetarias de las necesidades y de los costes a las opciones sociales globales” (Ibid.) 

No puede haber socialismo sin: 

  • El rechazo de la dominación del mercado capitalista –principalmente el rechazo del absurdo de los mercados financieros “que reaccionan negativamente” cuando baja el paro. 
  • Rechazar considerar a la fuerza de trabajo como una “cosa”, una mercancía cuyo coste debería ser comparado a otros costes (los de las máquinas): el derecho a tener un empleo debe ser un punto de partida no el resultado incierto de la forma en que se regula la economía. 
  • El objetivo radical de control humano (por los hombres y las mujeres, los trabajadores y los consumidores, los padres y los hijos, los individuos y las comunidades de todo tipo) sobre la vida cotidiana y el futuro: esto significa una completa reorganización de la vida, una transformación del tiempo de trabajo “necesario”, de la educación, del tiempo libre, de las tareas domésticas, de las condiciones materiales y culturales de vida, de las relaciones humanas en todos los aspectos de la vida cotidiana, y en nuestra relación con el medio ambiente; 
  • Opciones alternativas –en el ritmo de trabajo y su organización, en las necesidades prioritarias a satisfacer para todos, en el sistema de incentivos, en las tecnologías, en las formas de solidaridad; 
  • Solidaridad con los más débiles y rechazo de la lucha de todos contra todos. 

Si el marxismo significa algo, es sobre todo una crítica radical: 

  • de la ley del valor en el sistema capitalista presentándose como una “ley objetiva”, con precios que disimulan las relaciones sociales y opciones basadas en criterios de clase para medir los costes y las necesidades –lo que implica no tener en cuenta más que las necesidades y los costes que pueden ser expresados en precios, y  
  • de toda forma de opción “normativa” impuesta sobre los seres humanos en nombra de una pseudo racionalidad económica universal (o de clase), sea impuesta por un mercado o por un plan. 

Esto significa que la “ley del valor” no puede ser el regulador de una sociedad socialista. Esto implica también una radical crítica de todo “modelo”, llamado “socialista” o no, que oculte relaciones sociales tras los precios y relaciones mercantiles, de todo modelo estatal que buscaría “definir” un optimun vía el cálculo. 

Esto significa en fin, que el regulador de la economía no puede ser una “herramienta” , sea el mercado o el plan como tal. El cálculo y las indicaciones del mercado debe ser subordinados al juicio humano, pues es el único “regulador” que corresponde racionalmente a los objetivos socialistas. Pero ¿quién decide en última instancia, y cómo?. Seres humanos, trabajadores y consumidores, hombres y mujeres, individuos y comunidades… La democracia socialista es bastante más compleja de lo previsto. La autogestión requiere expertos y contraexpertos que manejen cálculos, así como indicadores del mercado. Necesita también debates políticos vía los partidos , con las organizaciones de masas defendiendo intereses específicos a fin de no dejar la última palabra a los expertos. Todo esto es necesario a fin de ampliar el horizonte de las opciones finales. 

Debe pues haber la mayor transparencia (criterios explícitos) sobre lo que es considerado como un coste o como un derecho para los seres humanos: 

  • el pleno empleo es un coste para una sociedad capitalista –un derecho y una fuente de eficacia superior para una sociedad socialista; 
  • la democracia económica, la educación y la seguridad en el empleo son costes que deben ser minimizados por la burguesía –son derechos y una fuente de productividad en una lógica socialista; 
  • la igualdad debe cubrir y mantener reales desigualdades de clase y de propiedad en un sistema legal burgués –es un derecho que exige esfuerzo y extensión para ser auténticamente respetado en una sociedad socialista. 

Debe haber también una expresión de las necesidades no limitadas a las medidas en dinero o en precios –incluso si se sabe hoy como “integrar” numerosos “efectos externos” en los precios (por ejemplo en el terreno de las políticas de medio ambiente). 

El argumento de Mandel no era muy convincente cuando tiende a presentar la democracia obrera como simple y capaz de resolver todos los problemas sin herramientas e instituciones, incluso un “mercado socializado”. Pero en sustancia, lo que Mandel deseaba apoyar es que la decisión, “en último análisis” debe recaer en el juicio directo de los trabajadores (nosotros diremos de los seres humanos en tanto que trabajadores y consumidores) – y ahí él era convincente. Evolución del debate En 1986, Mandel explicó en su debate con Nove que : “el objeto real del debate en curso no es el corto plazo, no es saber hasta qué punto el intercambio de mercancías es necesario en el período que sigue inmediatamente a una revolución anticapitalista; es saber si el objetivo a largo plazo del socialismo mismo –en tanto que sociedad sin clases- vale la pena de ser realizado” /35. Hemos visto antes que identificaba este objetivo a largo plazo como un proceso conjunto de extinción de las clases y de las mercancías (no existiendo estas en su modelo más que en el intercambio con el sector privado o cooperativo). Sin embargo, en un artículo redactado en noviembre de 1990 y publicado en Critique Communiste bajo el título “Plan ou marché, la troisième voie”, (Plan o mercado, la tercera vía), Mandel modificó completamente el eje del debate y propuso una diferente presentación de su posición. “El debate no es saber si si o no durante el largo período de transición entre el capitalismo y el socialismo se pueden seguir utilizando los mecanismos de mercado … El debate concierne a la siguiente cuestión: las decisiones fundamentales a propósito de la distribución de recursos raros deben ser tomados por el mercado o no?” /36. 

Aquí, es el período de transición -al que se le supone durar mucho tiempo- el horizonte real del debate. Para las sociedades de transición, Mandel fue siempre favorable a la utilización de un cierto mercado. Explicaba que la existencia y el empleo de categorías mercantiles no prueban que el mercado y las relaciones capitalistas predominen. Esta problemática, la más sofisticada de Mandel, es también la que desarrolla Diane Elson. La cuestión es entonces la siguiente: ¿cuál será la evolución de la utilización de la moneda, según sus diferentes funciones?. 

Según la nueva formulación de Mandel la cuestión se expresa así: ¿el mercado debe determinar las principales opciones?. La respuesta es evidentemente “no”: las prioridades deben ser “decididas democráticamente por los trabajadores/consumidores/ciudadanos –hombres y mujeres- , sobre la base de opciones alternativas coherentes /37. Pero el debate no es ya el mismo. Mandel definió entonces de forma bastante más convincente un planteamiento diferenciado: “no hay ninguna razón para limitar la libre opción de los consumidores. Todo esto debería ser ampliado y no limitado… No hay tampoco ninguna razón para suponer que en el período de transición del capitalismo al socialismo el recurso al dinero (que necesita una divisa estable) y a los mecanismos de mercado, esencialmente con el objetivo de aumentar la satisfacción de los consumidores, debería ser relegado o siquiera reducido. La única condición es que esto no debería generar una determinación por el mercado de las decisiones sociales y económicas…” /38. 

“La utilización de la moneda como unidad de cuenta debe distinguirse de su función de instrumento de cambio, y aún más de su empleo como medio de acumular riquezas y de determinar las opciones de inversión. 

El primer empleo durará y será generalizado en la planificación socialista. El segundo ha comenzado ya a declinar bajo el capitalismo y continuará declinando durante el período de transición, con excepciones para ciertos bienes y servicios. Habrá probablemente un aumento de “bienes y servicios libres”. El tercer uso del dinero deberá ser estrictamente limitado y progresivamente eliminado”/39. 

Evidentemente son necesarias discusiones más amplias sobre este asunto, especialmente a propósito de las formas de planificación, no solo en el sector de los bienes de consumo, sino también para las fábricas que fabrican los medios de producción. Mandel fue siempre extremadamente hostil a la “autonomía” de las unidades de producción y a toda noción de autofinanciamiento. En este sector también, diversas concepciones de un “socialismo de mercado” pueden tener lógicas muy diferentes: hay los “modelos” que proponen una competencia entre unidades independientes (con grados más o menos grandes de autogestión obrera) y de los bancos sobre la base de criterios de rentabilidad; pero otros, como Diane Elson, conciben un “mercado socializado” y la planificación sin mercado de capital: la lógica es promocionar una asociación sistemática y no una “competencia depredadora”. 

Yugoslavia ha experimentado diferentes combinaciones de plan, mercado y autogestión (en los límites políticos del sistema). Es interesante estudiar tanto los conflictos entre la autogestión y la forma burocrática o tecnocrática del plan ( en el período inicial) como los habidos entre la autogestión y la lógica del mercado (más tarde). He examinado así esas contradicciones /40 pues comparto con Nove la convicción de que podemos aprender más de los análisis concretos de los países seudo “socialistas” que del propio Marx (si buscamos en su obra un modelo concreto). Pero tenemos necesidad de criterios para juzgar una experiencia. Los muy interesantes balances realizados por Nove a propósito de la Unión Soviética y del sistema reformado en Yugoslavia están basados en su rechazo de todo criterio marxista: la autoorganización y la desalienación de los trabajadores no juegan ya ningún papel en su modelo. Yo misma he intentado hacer un balance y sacar lecciones de los “modelos” de acumulación yugoslavos (cuatro modelos diferentes en cuatro decenios). Pero lo he hecho con otros “anteojos” que Nove. He intentado comprender la racionalidad de la autogestión obrera, hacer su balance sobre la base del criterio de la emancipación de los trabajadores y de los ciudadanos, utilizando los hilos conductores de Marx. Esto me ha conducido más hacia las opciones de D. Elson (y las convicciones de Mandel) que hacia el modelo de Nove. 

Utilizar el mercado no significa abandonar el planteamiento marxista de lo que se oculta tras el mercado; ni tener una concepción ingenua del mercado como útil neutro. Tal comprensión ingenua conduce a aceptar su implacable dominio. Esto es aún más cierto en el contexto de un entorno capitalista y de una sociedad en transición en la que la propiedad capitalista privada existe aún. A través del mercado y de los precios, diferentes criterios de eficacia están en competición. Eso es lo que está en juego tras los precios del mercado mundial determinados por la ley del valor en el actual “capitalismo globalizado”. Está probado que las relaciones sociales más regresivas son fácilmente las “más competitivas”: ejercerán su presión sobre toda sociedad que intente comenzar una transformación socialista. Ahí también, la transparencia es necesaria para evaluar el grado óptimo y las formas de “proteccionismo progresista”, que permitan gestionar las relaciones necesarias pero conflictivas con el capitalismo, mientras éste exista. 

Recordemos la conclusión de Mandel. Al final del artículo redactado en 1990 (y mencionado anteriormente), se desembaraza de una cierta forma de leer a Marx (que encuentra allí “modelos”). “En realidad, la forma más eficaz y más humana de construir una sociedad sin clases sigue siendo la experimentación. Se trata de encontrar mejoras mediante aproximaciones sucesivas. No existe ningún “buen libro de recetas” a realizar –ni sobre la “planificación completa” ni sobre el “socialismo de mercado” /41. Explica entonces que debemos emplear tres elementos mencionados por Trotsky (el plan, el mercado y la democracia), pero también añadir un cuarto: la reducción radical del tiempo de trabajo –una medida esencial para que los trabajadores tengan algo tan elemental como tiempo para poder ejercer la democracia directa. Recordemos los subrayados de Mandel, citados en la introducción, sobre los límites del planteamiento marxista de la transición al socialismo. El texto mencionado puede leerse como una especie de testamento –y una rectificación. En el texto de la introducción -y hasta este último- Mandel parecía seguro de lo que el socialismo no era (una sociedad que utilizaba mercancías). Pero concluye más bien en un debate abierto –incluso si no reconocía explícitamente una inflexión de su pensamiento. Por supuesto, esta no es quizá la mejor forma de debatir. En cualquier caso es mejor que no estar abierto al debate... 

Es también bastante mejor que carecer de continuidad en los asuntos de principios: la necesidad y la posibilidad de una lucha por la emancipación basada en la autoorganización, la desalienación, y la responsabilidad del ser humano en todos los terrenos de su vida a escala mundial. Ahí se enraizaban las convicciones y el célebre optimismo de Ernest Mandel, asegurando la continuidad ejemplar de su compromiso militante.


Notas: 

26/ E. Mandel, “In defense of socialist Planning” NLR 159, Septiembre/Octubre 1986; Alec Nove, “Markets and Socialism”, NLR 161, Enero Febrero de 1987; Mandel “The Myth of Market Socialism”, NLR 169, Mayo Junio 1988. Hay traducción al español en la revista Inprecor. 

27/. L. Trotsky, “The Soviet Economy´ in Danger” (22 octubre 1932), en Writtings of Leon Trotsky (1932), New York 1972, p. 274. 

28/ En “Problemas teóricos y prácticos de la planificación”, Paris 1949 igual que en “Cálculo económico y formas de propiedad”, Charles Bettelheim ha planteado cuestiones importantes a propósito de la necesidad del cálculo económico, que no podría suprimir los precios en la planificación socialista. Esto necesita una discusión específica de sus análisis marxistas. 

29/. Trotsky, “The soviet economy in Danger”, pp. 274-275. 

30/. Mandel, “In defense of Socialist Planning”, p. 28. 

31/. Ibid. p. 32. 

32/. Diane Elson, “Market Socialism or Socialization of the Market?, NLR 172, Noviembre/diciembre 1988, p. 4 

33/. Ibid. 

34/. Bettelheim, (“Calcul économique…) citado por Samary, (“Plan, marché, démocratie, ...), p.56 

35/. Mandel, “In Defense of Socialist Planning”, p. 9 (subrayado por el autor). 

36/ Mandel, “Plan ou marché, la troisième voie”, p.15, (subrayado por el autor). Varios debates fueron publicados tambie´n en Critique Communiste a propósito del modelo propuesto por Tony Andreani, “Pour un socialisme associatif” en el nº 116-117, febrero marzo 1992. Ver también J. Vanek, The Labor-Managed Economy: Essay, Cornell 1977. 

 

Contacto webmaster

Avec le soutien de la Formation Leon Lesoil, 20, rue Plantin, B-1070 Bruxelles, Belgique